casa de fieras
Le decíamos Bruce
Se ha marchado como hacen las personas que no quieren dar la lata: de repente, sin avisos y sólo. Como si fuera todavía joven
Un tipo normal
Una tarde en Las Ventas
Quiero pedir perdón a mis lectores, por abusar de su confianza en un asunto de pena propia. Pero creo que la vida es todo eso que nos duele y en ese daño somos todos iguales. Cuando alguien nos deja y tiene proyección pública, los periódicos se engalanan de obituarios que detallan vidas y trayectorias ... . Ignacio Basa Maldonado era, sin embargo, enemigo de la notoriedad pero esclavo de su generosidad. Se ha marchado como hacen las personas que no quieren dar la lata: de repente, sin avisos y sólo. Como si fuera todavía joven. No nos ha dado tiempo para lamentarnos ni predecirlo. Pero no había otra forma porque detestaba vivir mal. Su vida se limitaba a tres cosas: su familia, sus amigos y el campo. Y el tanatorio estaba abarrotado de tristezas. Las de su familia, las de sus amigos, y las de cientos de personas que aprendieron en él, tradición y natura.
Vivió como le dio la gana, que es como lo hacen las personas libres. Y así fue hasta el final. Desde hace más de veinticinco años era también mi familia, mi amigo y el libro abierto donde aprender de fauna y flora. Su hijo Ignacio es mi hermano de elección, que es como serlo por duplicado. Me revienta pensar que su teléfono dejará de sonar diez o doce veces al día. Todos tenemos alguna tara, y la de Ignacio era hablar con su hijo porque, en realidad, era su mejor amigo. Tenía la mecha corta, tanto para cabrearse como para olvidar la razón por la que se había cabreado. Un fin de raza que ha pasado esa maldición genética a sus tres hijos, Ignacio, Gonzalo y Bosco, que son la bondad y la picardía de los que no tienen más pretensión que hacerle la vida más fácil al resto. Esa fue la máxima que todos mamamos de él. Pero no saben lo que cuesta ser así de normal. El único complejo que tuvo fue que la mujer de su vida, Belén, fuera menos de idas y venidas. Pero sé de buena tinta que se adoraron, porque es ancha y era suya, aunque también sea un poco nuestra. Le decíamos Bruce porque los viejos rockeros nunca mueren. Y por éstas que seguirá vivo en cada uno de nuestros rincones, en los largos paseos solitarios recechando, o en la memoria que nos sonríe al recordar esa enorme boca a carcajadas. Para mí que hoy la sierra trata de rozar el cielo, como si se pusiera de puntillas para ver si Ignacio ha llegado al inmenso azul.
De lo que estoy seguro es que hasta Baco ha pedido permiso a San Pedro para conocer al recién llegado. Llega bien recomendado. Nadie puede ocupar un espacio tan grande como el que deja. Pero quizá, en ese trozo que nos falta esté precisamente para siempre. En la tristeza, en la pena y en la falta, sí, pero tengan claro que morirse no es marcharse, sino tener la certeza de que ese hueco no podrá ocuparse por nadie.