la tercera
Pareto, de principio a fin
Hoy se cumple un siglo del fallecimiento de Vilfredo Pareto, uno de los padres de la economía moderna
Vocación docente
Alberto Mingardi
Madrid
¿Qué son los impuestos? Para una importante escuela de economistas, los impuestos son esencialmente el precio de los servicios públicos. Si toda una serie de servicios son ofrecidos en régimen de monopolio por el Estado, esto no debería permitirle cobrarnos todo lo que ... quiera.
Esta ha sido históricamente la posición de muchos economistas liberales. Han intentado limitar la recaudación y reducir los impuestos imaginando que éstos podrían asemejarse a tarifas, a precios. El argumento también ha funcionado para los pocos dirigentes políticos que han intentado limitar la exacción fiscal. La idea básica es que es justo pagar por los servicios que el Estado ofrece realmente y no por una intermediación política, que sólo produce clientes en beneficio de tal o cual grupo de poder.
Hoy, el discurso público sobre la fiscalidad se sitúa en otras coordenadas: se centra, por ejemplo, en cómo financiar las intervenciones para reducir las desigualdades. Por eso, cabe preguntarse hasta qué punto eran y son realistas ciertos argumentos. ¿Tiene sentido discutir sobre el impuesto justo o se trata, como en las discusiones sobre la guerra justa, de razonamientos básicamente capciosos?
Nacido en 1848 y fallecido hace cien años, el 19 de agosto de 1923, Vilfredo Pareto es conocido como uno de los padres de la economía moderna. Durante la primera parte de su vida adulta, trabajó como gerente en la industria siderúrgica de Toscana. Mientras tanto, frecuentaba los círculos liberales. Había estudiado ciencias y esto le ayudó mucho a convertirse en uno de los protagonistas de la formalización de la ciencia económica. Llegó a ser profesor, pero al más alto nivel: sucedió como catedrático a Léon Walras en la Universidad de Lausana. Hablaba perfectamente francés (había nacido en París) y eso le convirtió en un candidato atractivo para la universidad suiza. Al principio le gustó mucho la enseñanza y pensó que podría servir para forjar una nueva generación de liberales. Pronto perdió el entusiasmo y se encerró en su villa de Celigny, a orillas del lago Lemán. Bautizada Villa Angora en honor a sus queridos gatos, Pareto pasó allí de economista a politólogo y sociólogo. De discípulo de Adam Smith, se convirtió en alumno de Maquiavelo. Donde hay política, recuerda Pareto, hay alguien que manda (unos pocos) y otros que obedecen. Esta desigualdad fundamental en la distribución del poder marca cualquier régimen.
Pareto aspiraba a estudiar «científicamente» tanto la economía como la política. En economía, fue uno de los pioneros de la teoría del equilibrio general y también de la moderna economía del bienestar: quienes razonan en términos de curvas de indiferencia le deben algo. También es conocido por el principio del mismo nombre, que aún hoy se utiliza para hablar de la distribución de la renta.
Sin embargo, Pareto no consideraba la hacienda pública un tema digno de estudio mediante las ambiciosas ecuaciones de la economía. Antes y después del aumento de la deuda pública que coincidió con la Primera Guerra Mundial, Pareto consideraba que las finanzas públicas eran esencialmente un fraude.
No podía entender cómo los impuestos podían ser una «tarifa» por un servicio. Al fin y al cabo, se llaman impuestos. Es fácil, advertía Pareto, calcular lo que cuesta el Estado, pero difícil comprender cuál es el valor de su producción. Ambos no son equivalentes, como sí lo son en el sector privado. Pero las empresas privadas no pueden obligar a nadie a comprar sus productos, como hacen los Estados.
El sociólogo Pareto distingue las acciones «lógicas» de las «no lógicas». Partiendo de una terminología un tanto barroca (era uno de esos pensadores a los que les gusta inventar palabras a la medida de su propia originalidad), las acciones lógicas son las que estudia la economía: aquellas en las que fines y medios pueden acordarse racionalmente. En las acciones no lógicas, en cambio, prevalecen los instintos, elementos prerracionales a los que la razón, en el mejor de los casos, cose un traje de justificaciones. Cuanto más tiempo pasa, más se convence Pareto de que la política pertenece al ámbito de las acciones no lógicas.
Una colectividad nunca tiene intereses homogéneos y, por eso, la relación entre la minoría que gobierna y la mayoría que es gobernada siempre consiste en que la primera se apodera de los recursos de la segunda. Esta «expoliación» es la gran constante de las sociedades políticamente organizadas. Las finanzas públicas no son más que una forma de embellecerla. Se muestra escéptico ante los colegas que afirman haber demostrado la llamada equivalencia «ricardiana», es decir, el hecho de que endeudarse hoy equivale a trasladar la presión fiscal hacia adelante en el tiempo. Tal cuestión no es susceptible de un cálculo racional porque los primeros que no lo hacen son los contribuyentes antes del impuesto.
«Pedir prestado», escribió en una carta a Benvenuto Griziotti, catedrático de la ciencia financiera, «es una forma de hacer que la gente acepte lo que no aceptaría con los impuestos. Cualquier otra consideración es insignificante». El endeudamiento es, entonces, «una manera de quitar dinero a una parte de la población sin hacer demasiado alboroto, y de despojar a una parte de la población mientras se beneficia a otra parte».
Si, con el tiempo, Pareto se distanció de la doctrina liberal, es porque se trata de «una doctrina optimista, porque supone que los hombres podrán dejar de robarse unos a otros». Dicho esto en la época en que vivió Pareto, cuando las esperanzas de libertad menguaban.
Murió en 1923, unas décadas antes de que las deudas públicas muy elevadas se convirtieran en la regla en Occidente. Esto fue, y es posible, porque prevaleció la idea de que las poblaciones se pedían dinero prestado a sí mismas. Pareto se habría encogido de hombros. Suponer que los gobiernos pagan sus deudas puede ser cierto «cuando se habla de años», pero «es falso cuando se habla de siglos». Para Pareto, los impuestos son una especie de robo: el ladrón hará un botín tan grande como pueda, el tamaño sólo puede variar si la persona robada ahorra, esconde su pasta o es tan pobre que no tiene de qué vaciar sus bolsillos.
No es una visión de las finanzas públicas que guste a los políticos, pero tampoco a los votantes. Nos encanta pensar que el dinero de nuestros impuestos se utiliza para hacer cosas importantes, y, más aún, el dinero que pedimos prestado. Hoy, toda la retórica de NextGenerationEU es justamente esa: precisamente porque nos enfrentamos a grandes retos (desde la pandemia hasta el medio ambiente) debemos recurrir al endeudamiento. No podemos saber qué habría pensado Pareto de esto. Mi hipótesis es que se habría dado cuenta de que cuanto más contento está el transeúnte por ser atracado, más fácil le resulta al ladrón hacer su trabajo.
Es catedrático de Historia del Pensamiento Político en la Universidad IULM de Milán y director del Instituto Bruno Leoni
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