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La Alberca

Vinagre para Doñana

En esta discusión sobran los políticos de Andalucía, de Madrid y de Bruselas. Hay que escuchar a los científicos

El perdoncito (18/4/2023)

Divide, veta y vencerás (11/4/2023)

Alberto García Reyes

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Los lucios están marchitos y la Rocina, paraíso lacustre de los flamencos, es hoy un erial de arcilla agrietada para los caballos marismeños y las vacas mostrencas, herederas de la estirpe del uro tartésico y del toro rojo de Gerión. Está muy herida la tierra ... ligustina del coto, mitad polvo, mitad sal, llanura de un prehistórico océano andaluz. Quienes mejor lo saben son los lugareños, que conocen el sabor del galápago a la brasa, pero sus lamentos han sido desdeñados desde el asfalto eternamente. Sobrevivir alrededor de un universo agónico, como lo definió el escritor Juan Villa, es una hazaña que no se sabe valorar desde la moqueta. Doñana fue hace tres mil años un golfo. Así está recogido en los textos de autores romanos como Mela y Avieno. El Guadalquivir desembocaba entonces en Coria, hoy pueblo aledaño a la esclusa de Sevilla, y se abría a un lago salado conocido como Ligustinus. Muchos historiadores coinciden en que aquella invasión marítima fue consecuencia de un tsunami. La zona es propensa. En toda la bahía de Cádiz, margen izquierda del río, que ejerce de frontera natural con el Parque Nacional, se están haciendo actualmente simulacros para prevenir a sus habitantes de un posible maremoto. Hay incluso un protocolo activado. La paradoja es atroz: una tierra que se muere de sed puede ser devastada en cualquier momento por el agua. Doñana es, en definitiva, un mar en fuga, un territorio anfibio. Un campo de batalla.

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