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La Alberca

Te voy a hacer una autocrítica

La reacción de los partidos al mensaje del Rey demuestra que Felipe VI acierta al denunciar la polarización

El Supremo es Sánchez

La culpa es de Peppa Pig

Alberto García Reyes

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La polarización es una epidemia social que consiste exactamente en que cada bando interpreta las llamadas generales de atención como un puyazo al adversario. Nadie se da por aludido. La culpa de todos los males está siempre en la otra acera. Por eso el mensaje navideño del Rey ... podría titularse 'Te voy a hacer una autocrítica'. Las reacciones al discurso de Felipe VI confirman que el monarca tocó nervio y volvió a exhibirse como el gran referente intelectual de nuestra democracia, azotada por políticos profesionales de corte pendenciero incapaces de prestar un servicio público altruista. La llamada del Rey a la concordia, al espacio del bien común, a la discrepancia constructiva, a la defensa de nuestro sistema de bienestar, al respeto al prójimo y al diálogo como cimiento sobre el que se levanta nuestra Constitución supone en estos tiempos de máxima conflictividad partidista una necesaria insurrección en pro del sentido común, una postura subversiva, a contracorriente, para promover la recuperación de los principios de convivencia en libertad. El mensaje debe entenderse como una reprimenda paternal. Pero los afectados lo han aprovechado para volver a demostrar su bajeza humanística y tirarse los trastos a la cabeza. Y por supuesto que en la reflexión de Felipe VI sobre el actual clima de desencuentro político y falta de respeto a las instituciones del Estado hay responsables que son más culpables que los demás, pero ninguno es inocente. A todos nos debe concernir una queja tan serena y tan crucial. La concordia es el sostén de la mayor era de progreso de España, vino a decir Su Majestad en su zarandeo. La respuesta de los rufianes a ese mensaje demuestra que el Rey tiene toda la razón y que, además, es valiente. La clase política española contemporánea está formada, sálvese quien pueda, por fontaneros de los partidos educados en la defensa de sus siglas y preparados por los aparatos para triunfar en el procesalismo parlamentario, cómo ganar elecciones, cómo lograr apoyos aunque sean antinatura, cómo mantener sus puestos de trabajo. Es decir, la antipolítica. La política es el arte de saber perder, de pensar en los demás, de ceder al interés general. De ser autocrítico antes que crítico.

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