Sánchez y el indigno mal menor

La política en la era sanchista ha devenido en eso, una comparación constante entre algo que vemos y padecemos y aquello de lo que nos pretenden salvar. No es que sea muy original. Voy con una batallita de periodista viejo para apuntalar que el sanchismo es de todo menos original, un 'spin off' del zapaterismo.

Estaba sentado en un restaurante de Palma con un 'conseller' corrupto hasta el bazo. Era del partido nacionalista Unió Mallorquina. El prenda respondía a mis embestidas sobre moralidad, honradez y decencia con un catálogo de sonrisas irónicas y despectivos aspavientos. Al final, casi a los postres, me miró como reconociendo su condición de chorizo esférico, que eso era, lo miraras por donde lo miraras. Y no, nada de contrición ni vainas de esas que reclamaba el cansino periodista 'foraster'. Enfrente tenía un espejo enorme que agrandaba visualmente el comedor y permitía ver a los comensales de las otras mesas:

—Pery, ¿ves a esos niñatos que hay sentados en la mesa larga?

—Sí, ¿por?

—Porque son todos del PSM.

—¿Y?

—¿Quieres que gobiernen ellos? Son una panda de idiotas que se creen hijos del Che Guevara. Nosotros nos quedamos con una parte pero te aseguro que salimos más baratos a los mallorquines. Es como un impuesto por quitaros de encima a estos lerdos.

Y ahí sé quedó. El 'conseller' argumentando que era un corrupto pero que en realidad se cobraba un estipendio por salvarnos de los montoneros baleares y yo, ojiplático por asistir en directo a eso que tantas veces me habían dicho: «Una mano lava la otra mano y las dos, la cara». Hasta hoy, que la comparecencia del pasado lunes de Sánchez desde la guarida de Ferraz me ha recordado tiempos pasados que tipos de la catadura del presidente mantienen de actualidad. Voy a seguir porque soy lo mejor que os merecéis. Os salvaré de las garras de la ultraderecha. Os salgo barato. En la sesión de control no hay espejos. No podrían mirarse a la cara.