lente de aumento
Bárbara Rey, derecho de pernada
Eso de que esperabas regia ternura y te sepultó en billetes parece sacado del 'Club de la Comedia'
Mi Cataluña
Corruptos son los otros
Se pregunta Bárbara Rey cómo podía decir que no al Rey. La pregunta, además de artera, es de un caradurismo y frivolidad acordes con el chusco personaje. La 'vedette' devenida en cortesana lanza la merluzada de una España visigoda de monarcas con derecho de ... pernada. Eso no se lo cree ni el que asó la manteca. No se le puede pedir dignidad y decencia a quien pone precio a su alcoba, que eso y no otra cosa hizo la patética domadora, que tarifó sus encantos. Sí se le debió exigir a Don Juan Carlos que no emborronara su legado de la manera tan lamentable. De aquellos polvos, literal, vinieron estos tristes lodos.
Esto va de las pulsiones inguinales de uno y la caja registradora de otra. Tan claro, tan viejo, tan lamentable, tan indignante. El Rey con ella, como con otras antes y otras después, antepuso el vicio al servicio. Eso que como monárquico lamento profundamente no me nubla la sesera hasta el punto de tragar con la bacalada de la lenguaraz Bárbara. Ella sabe que vale hoy los polvos de ayer. Y hoy, como ayer, vive de eso, de nada más. Que no venda la moto de la mujer forzada a compartir regio catre a riesgo de perder vida y hacienda porque atufa a sucio mercantilismo, el de una tipa que fue capaz de encargar a su propio hijo adolescente que inmortalizara los encuentros de su madre con el monarca y ahormar así un chantaje deplorable. Esa es la lección de vida que legó a su cachorro. Todo muy bárbaro.
Eso hizo la mujer que ahora, barrunto que necesitada de aquilatarse una buena pensión, busca hacer caja con las memorias almibaradas de la pobre doncella violentada por el monarca que, en un acto de regia generosidad, «sacó el fajo de billetes de su bolsillo, 500.000 pesetas, como quien cumple con un pago. No era un acto de ternura; era un pago que lo ensuciaba todo. Me quedé inmóvil». Tenemos que creerla, compadecerla. Quia, esta es una historia cutre por su parte, triste y censurable por la de Don Juan Carlos, que no supo contener la bragueta y buscó el atajo de la faltriquera. Bárbara está en su derecho, faltaría más, de aplicar su memoria selectiva a las páginas de su libro, más parecido a esos folletines empalagosos de mujeres hermosas e inocentes que suspiran por un galán que no llega y sí lo hace un villano desalmado.
Sí, está en su derecho de llamarnos imbéciles y tratar de colocarnos la mercancía caducada pero, mujer, un poquito más de esfuerzo. Eso de que esperabas ternura y te sepultaron en billetes parece sacado del 'Club de la Comedia'. Supongo que la intención es cabalgar a lomos del movimiento 'woke', surfear sobre el feminismo más montonero y erigirse en la lady Godiva de las mujeres que gritan contra el heteropatriarcado de cetro y trono.
No cuela, ya lo siento, la historia es la que es y se aparece tan prístina como la de Ábalos con Jésica, por poner ejemplos modernos de cosas tan chuscas como antiguas.