Adolfo Suárez Illana: «Todos los días voy a comer con mi padre»
Sobrelleva con paciencia que aún se hable más de su año en la política que de sus dos décadas en la abogacía y salvaguarda con profundo cariño la proyección pública de su progenitor
Como Umbral, ha citado a los medios para hablar de su «libro» (en este caso se trata de sus nuevos retos profesionales al frente de un bufete internacional), pero también es plenamente consciente y consecuente con el hecho de que no despertaría la misma atención si no viniera de donde viene. Adolfo Suárez Illana aparece en la biblioteca de su despacho en el Paseo de la Castellana con un traje impecable. Cortés, cercano, afable y reacio a poses para la foto. Esgrime un discurso sensato y medido, sin estridencias, y rinde un entrañable tributo a la figura de su padre, apartado de la vida pública desde hace años por la enfermedad. «Como con él todos los días», comenta, sin atisbo de fatiga, desesperanza o frustración.
-¿En qué anda enfrascado?
-Presido un nuevo proyecto, un despacho internacional de abogados, Ontier, con vocación global. En su salida al exterior, nuestros clientes necesitan que se les acompañe y precisan una seguridad jurídica que en algunos países es muy difícil.
-Dígaselo a Cristina Kirchner...
-Eso lo saben las empresas, y por eso intentan cubrirse. El cambio sustancial en mi proyecto es que hasta ahora la mayor parte de los despachos lo que hacíamos era buscar amigos fuera, gente de más o menos confianza para acuerdos puntuales. Nosotros hemos decidido dar un paso más: integrarnos. Somos diez despachos en todo el mundo. Estamos en Shanghái, en España en Madrid y en Oviedo, en Lisboa, en Londres, en México, en Caracas, en Colombia, Paraguay, Brasil y Bolivia. Y queremos más.
-Pues en Bolivia o Venezuela en cualquier momento puede ocurrir una «kirchnerada».
-La ley la cambian los parlamentos o los gobiernos, pero en ella hay siempre un hilo conductor. En algunos sitios se hacen cosas que parece que tienen visos de legalidad, y sin embargo luego ante un tribunal internacional o ante una corte de arbitraje se ve que lo que ha parecido legal ha sido en realidad torcer la legalidad para conseguir un objetivo político. Frente a eso están los tratados, las leyes y el trabajo de los abogados.
-¿Cómo ve el «affaire» Repsol?
-Estoy seguro de que los compañeros que lleven ese asunto acabarán encontrando en esa operación, si finalmente se produce, hueco legal para defender a Repsol. Ahora mismo no se trata de indefensión jurídica, sino de indefensión sin apellidos. De momento, la cuestión está en el terreno político.
-Inevitablemente, se sigue hablando más de su etapa en la política que de su ejercicio de la abogacía.
-Sin embargo, la película completa es muy diferente: de veinticinco años desde que me licencié, solo en dos no me he dedicado al ejercicio profesional del Derecho, que es el tiempo que estuve con Santillana en Venezuela y el que dediqué a la política, que fue un año. ¡Que dio mucho de sí!
-El salto se produjo cuando usted se ofreció a Aznar para completar las listas municipales del País Vasco.
-No se podían completar esas listas por la presión asesina de ETA y, ante algo que a mí me parecía absolutamente intolerable, di un paso al frente. Luego, se entendió que no hacía falta y me pidieron que fuera candidato autonómico en Castilla-La Mancha. Hice mi trabajo, perdí las elecciones y me volví a mi despacho con toda paz y tranquilidad.
-¿No le quedó un regusto amargo?
-Yo soy de los que se arrepienten de muchas cosas de las que han hecho en su vida. Si me dieran la goma de borrar, la usaría. Sin embargo, de mi etapa en la política no me arrepiento. Me hizo crecer como persona, aprendí muchísimo y cometí errores (por algo perdí) de los que también he aprendido. Fue una parte de mi vida dedicada al servicio público, y punto. Nunca he querido ser un político profesional. Soy un abogado.
-¿Volvería?
-Soy lo suficientemente mayor como para no decir nunca jamás, pero lo veo muy difícil. Mi vida es el Derecho.
-¿Cómo se encuentra su padre?
-Está bien para un hombre de su edad y en sus circunstancias, que es estar mal. La enfermedad está ya muy avanzada. Él ya no es la persona que todos tenemos en mente de la foto con el Rey, está muchísimo más limitado, pero no sufre y no es consciente de su mal. Yo diría que está en paz, está tranquilo, te sonríe, te da la mano... Está entrañable.
-A su familia le ha tocado vivir años muy duros.
-Ahí quería poner yo un matiz. En España cada familia tiene un problema, un enfermo o una muerte, y además muchas personas no pueden atender esas situaciones. Yo estoy trabajando en este despacho sabiendo que hay un ejército de gente para atender a mi padre. Voy a comer con mi padre todos los días, estoy con él y, sinceramente, no puedo aceptar la idea del «drama de los Suárez». El drama es el de la gente que tiene que dejar el trabajo, o que lo pierde, para cuidar a sus enfermos. Solo puedo dar gracias a Dios. Los Suárez nos acompañamos los unos a los otros, y nos acompañamos muy bien.
-Además, usted asume la representación del expresidente en actos institucionales.
-Lo más dignamente que puedo, y sabiendo que hay una diferencia enorme.
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