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Villarejeando

LA asistencia de un Pasqual Maragall enfermo de alzheimer al aquelarre de la Complutense es una alegoría que Quevedo no hubiese dejado escapar, para explicar satíricamente en qué consiste la «memoria histórica». Si Funes el memorioso, el personaje de Borges, hubiese asistido al aquelarre de ... la Complutense habría salido de allí con la impresión de que su implacable memoria era «como un vaciadero de basuras»; algo de lo que no tendrá que preocuparse Maragall, quien tal vez a la conclusión del aquelarre ya no recordase las palabras de Villarejo, ni siquiera si el tal Villarejo era jurista o vendedor de crecepelos. Como vendedor de crecepelos, desde luego, Villarejo habría hecho una señora carrera, pues domina magistralmente esa retórica de garrafón, hiperbólica y tremebunda, que se estila en las plazas de los pueblos, cuando el tintorro enardece los varoniles pechos de los hombres barbados. Y, además, siendo vendedor de crecepelos habría evitado jurar los principios del Movimiento, como hizo cuando fue nombrado fiscal del Estado franquista, para el que ejerció ejemplarmente la acusación pública durante casi quince años; tan ejemplarmente que en 1966 fue promovido a la plaza de fiscal de ascenso por los méritos contraídos, que no creo que fuesen precisamente la persecución de torturadores franquistas.

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