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Venezuela, ¡oh dolor! (2)

Si no somos capaces de arreglar nuestros problemas, ¿cómo vamos a arreglar los de los demás?

José María Carrascal

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Les dije ayer que Venezuela es una anomalía: uno de los países más ricos del mundo en el que la gente se muere de hambre, y lo atribuía al chavismo, mezcla de comunismo y populismo que, como las hormigas, muerden los granos en el lugar ... preciso para que no germinen en sus almacenes subterráneos (la metáfora es de Ortega) impiden el desarrollo de un país por rico que sea. Puede atribuirse a toda la izquierda, incapaz de crear riqueza, todo lo más, de distribuirla, y bastante mal, pues la nomenclatura del régimen se lleva la mayor parte. Así se da la gran y triste paradoja de que en Venezuela falta hoy hasta la gasolina, nadando en petróleo. ¿Cómo se sostiene ese régimen? La respuesta la dan ellos mismos: anulando la libertad. «¿Democracia, para qué?», contestó Lenin a Fernando de los Ríos. Por lo general, el partido lo controla todo, desde la economía a la enseñanza, y los resultados son tan escasos como patéticos (ya oigo a algún lector apuntándome a China, camino de convertirse en la primera potencia económica mundial, pero es que los chinos han unido dos cosas que parecían antagónicas: una política totalitaria y una economía libre, hasta el punto de superar al capitalismo salvaje. Y van como un tren.

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