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La veleta

Las palabras de Sánchez carecen de crédito y de confianza. Sólo tienen el valor del momento en que son pronunciadas

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno Europa Press
Ignacio Camacho

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Cuatro horas. Eso es lo que dura el crédito de la palabra de un presidente. Perdón: de este presidente. El tiempo que va desde las cinco y media de la tarde de un lunes, cuando respalda la continuidad de una ministra en el Senado -en ... sede parlamentaria, que se dice en tertulianés, maestro Burgos-, hasta las nueve y media de esa noche en que la sustituye por otra tras haberle pedido la renuncia. Ésa es la medida de la coherencia de su discurso. En términos actuales; antes, hace bien poco, tardaba en contradecirse al menos un día, acaso dos, una semana incluso. Ahora ya lo sabemos: sus frases solo tienen el valor estricto del tiempo en que son pronunciadas. Pura logomaquia (DRAE: «discusión en que se atiende a las palabras y no al fondo del asunto»), canutazos circunstanciales, significantes vacíos, mera cháchara. Ruido estéril, efímero, hueco. Humo, polvo, sombra, nada. Quizá nunca nadie, en la reciente política española, ha tardado tan poco en defender con idéntica (ausencia de) convicción una cosa y su contraria. En romper el contrato verbal sobre el que un dirigente establece con los ciudadanos su relación de confianza.

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