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El vampiro del desierto

Fue ahorcado cerca de Teherán tras ser condenado a muerte por abusar y asesinar a 21 niños. Eran inmigrantes afganos sin papeles, cuyos cadáveres quemaba y enterraba en el desierto. Su padre le golpeaba y le encadenaba junto a los perros. Sufrió cien latigazos antes de ser ejecutado sin proferir un solo lamento

Pedro García Cuartango

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Mohamed Bijeh fue ahorcado en una enorme grúa en Pakdacht, a 50 kilómetros de Teherán, tras sufrir cien latigazos y la puñalada de la familia de una de sus víctimas. Había sido condenado a 16 penas de muerte por el asesinato y la violación de 21 niños de una edad entre 8 y 14 años. La ejecución se efectuó en una plaza pública en marzo de 2005 ante una muchedumbre. El Vampiro del Desierto, como le apodaban, había cumplido 30 años.

«Baila y recuerda lo que hiciste», gritaban los miles de asistentes. «Es el día más feliz de mi vida», dijo el padre de uno de esos niños. Cuando un coche trasladaba el cuerpo del criminal para darle sepultura, cientos de personas en un estado de paroxismo apedrearon a la Policía. Nada era suficiente para aplacar su ira. Mientras Bijeh estaba siendo azotado con cables, la multitud gritaba: «golpeadle más fuerte».

Bijeh era originario de la capital de Irán y trabajaba en una fábrica de ladrillos. Allí conoció a Ali Bhagi, su cómplice, un heroinómano que salvó su vida con el argumento de que El Vampiro del Desierto le chantajeaba y le tenía atemorizado. Su confesión fue clave para conocer lo que había sucedido. Fue sentenciado a ser azotado y a 15 años de prisión.

El asesino había nacido en una familia de doce hijos. Su madre murió de cáncer cuando él tenía cuatro años. Y su padre se volvió a casar con una nueva esposa. Según declaró en el juicio, su progenitor le maltrataba de forma salvaje. Era frecuente que le encadenara junto a los perros tras dejarle inconsciente a causa de los golpes con un palo.

Durante casi dos años, Bijeh secuestró a niños indocumentados de origen afgano, a los que convencía para que le acompañaran a cazar conejos en el desierto. Allí les golpeaba hasta dejarlos inconscientes, luego abusaba de ellos y finalmente los estrangulaba. Solía quemar los cadáveres antes de enterrarlos y colocaba animales muertos en el lugar para ahuyentar a los curiosos.

Algunos medios denunciaron que Bijeh había actuado con impunidad porque las Fuerzas de Seguridad no tenían interés en investigar el asesinato de inmigrantes sin papeles, marginados por la sociedad iraní. Incluso llegaron a afirmar que El Vampiro del Desierto había vendido los órganos de sus víctimas, cuyo número era muy superior al establecido por la investigación policial.

Las crónicas de la ejecución señalan que el asesino resistió estoicamente los latigazos sin proferir un solo lamento. Era un joven muy retraído, del que nadie sospechaba. Tenía una doble personalidad que le permitía aparentar normalidad ante sus compañeros y amigos. Pero su comportamiento con los niños que violaba era tan feroz e implacable como el de una bestia.

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