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El triunfo de la demogresca

«¿HAY catalanofobia en Madrid? ¿Y madrileñofobia en Cataluña?», se preguntan los lidereses y lideresas de opinión, después de chuparse el dedo y enarbolarlo a guisa de veleta, para ver por dónde sopla el viento. Todas estas pamplinas vienen a cuento de la financiación autonómica, ... que es el nuevo chocolate del loro que Zapatero se ha sacado del magín para que los paganos nos mantengamos entretenidos, mientras nos sisan el dinero del bolsillo. «Es importante que Cataluña se sienta cómoda», ha dicho Zapatero, al presentar las bondades de este nuevo chocolate del loro, con la misma solemnidad con que la hormiga reina podría haber dicho: «Es importante que los pulgones se sientan cómodos». Fue Wenceslao Fernández Flórez, allá por 1933, quien en una de sus vitriólicas crónicas parlamentarias (rescatada muy oportunamente por Ruiz Quintano en su blog «Salmonetes ya no nos quedan») comparaba a los miembros del Gobierno con las hormigas y a los diputados catalanes con los pulgones: «Las hormigas cuidan a los pulgones, los sacan por las mañanas, los colocan en las plantas más sabrosas, los dejan hacer allí lo que les da la gana: sorber el zumo, tomar el sol, pasearse, amarse... Luego los recogen y los vuelven a guardar en sus galerías. ¿Qué les exigen a cambio de esto? Casi nada. El pulgón exuda un líquido azucarado del que la hormiga es tan golosa que por conseguirlo y saborearlo descuida a veces hasta el cuidado de sus propias larvas y deja extinguir la comunidad. Al pulgón no le importa absolutamente nada -según todas las apariencias- que vayan a lamer sus exudaciones. Come, vive, reposa, es feliz... Se le da una higa del hormiguero. Pues bien, el diputado catalán tampoco se mezcla en los asuntos de este otro hormiguero que es el Parlamento español. Vive en sus cuestiones, en sus dietas, en su Cataluña. Sin el menor esfuerzo, con la misma naturalidad que el pulgón, estos seres segregan una sustancia por la que tiene validez el Gobierno: segregan votos. Con la pequeña presión que representan al pronunciar sus nombres desde la mesa presidencial, los diputados catalanes exudan un «sí» dulce, meloso, apetecible. El Gobierno lo sorbe, se relame, y lleva otra vez en aeroplano a sus pulgones al robusto árbol catalán de cuya savia se nutren. Dicen «sí»; ya lo han dicho todo».

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