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Ignacio Camacho

La trama civil

El golpe institucional se apoya en la fuerza de un batallón cívico. Los «Jordis» son los García-Carrés del soberanismo

Ignacio Camacho

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Todo golpe insurreccional, aunque nazca como el de Cataluña de las instituciones, necesita de una fuerza popular de choque. El soberanismo, que ha convertido a los Mozos de Escuadra en su cuerpo de seguridad privado, tiene su brazo cívico ramificado en dos plataformas que lleva años cebando con subvenciones. La Asamblea Nacional de Cataluña y Òmnium Cultural son las terminales de esa estructura bifronte cuya importancia en el proceso va mucho más allá de la coreografía de las Diadas y del folklore. Ambas asociaciones han ejercido con eficacia y precisión el brigadismo callejero que sostiene la revolución catalana y le da soporte.

Los «Jordis», Sànchez y Cuixart , son los García-Carrés del independentismo, la trama civil del golpe. El auto de prisión de la Audiencia y el atestado previo definen con claridad el papel agitador de sus respectivas organizaciones, sin cuyo respaldo habría sido imposible la consulta ilegal que burló al Estado y dejó al Gobierno como un pasmarote. Ocultaron y distribuyeron las urnas , ocuparon los colegios electorales y propagaron en red la posverdad de una violencia desmedida que sirvió para soslayar el bochornoso pucherazo de las votaciones. Sus activistas acosaron a las fuerzas de seguridad nacionales alentados y coordinados por los propios líderes subidos sobre unos coches. El delito se llama sedición y es sólo la parte más vistosa de una tarea en la que se han implicado como asistentes, cómplices y hasta como autores.

Con Carme Forcadell como enlace institucional desde la presidencia del Parlamento, esta longa manus del separatismo ha cobrado una importancia decisiva en el proyecto de la ruptura. Son los dueños de la calle, claves en la interpretación de la estrategia populista del prusés y en la creación de marcos mentales de hegemonía. Su protagonismo imprescindible en la ocupación del espacio público los ha convertido en factor de presión autónomos, en motores de la secesión, al punto de que Puigdemont tuvo que negociar también con ellos su declaración suspensiva. La dinámica revolucionaria ha operado por sí misma una transformación en la cadena de mando, de tal modo que los dirigentes de la rama callejera han pasado de subalternos a próceres, de obedecer consignas a impartirlas.

El encarcelamiento de su cúpula va a poner a prueba sus dotes operativas, una musculatura entrenada en años de actividad conspiradora y propagandística. De esa capacidad de movilización depende el éxito de la respuesta del Estado en la próxima fase del conflicto, ya necesariamente ejecutiva. La amarga experiencia del 1 de octubre sugiere ante el artículo 155 un escenario de resistencia vietnamita, sobre todo en el campo de la difusión de mensajes, en el que ANC y Òmnium poseen demostrada supremacía. Después de haber tropezado varias veces en esa piedra, cabría suponer que el Gobierno llegue esta vez con la lección aprendida.

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