Tontos de capirote
Vivimos una intolerancia patosa que no toca sólo la religión, se expande a cualquier idiotez
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Iniciar sesiónSi leo cursiladas como que la montaña se tragó a Julen me da el mismo patatús que si leo de los nazarenos que son «especialistas en maquillar sus sombras ocultas tras un capirote». O que las procesiones son «un espectáculo tenebroso rescatado de la historia ... medieval». O «un desfile de vanidad y rancio populismo cultural, con los grandes hombres inflados de autoestima piadosa a punto de reventar». Autoestima piadosa a punto de reventar, madre mía. Eso es, ya saben, de un viejo artículo de la ahora consejera andaluza de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación. Peor es ser consejera de Conciliación que poner verde la Semana Santa. Pero sólo se ha disculpado por esto. ¿Y por qué te tiene que gustar la Semana Santa o las procesiones para ser consejera de todas esas cosas? Oye, que te gusta el Circo del Sol y no pasa nada. Rocío Monasterio se quiere llevar el desfile del Orgullo Gay a la Casa de Campo. Habrá quien quiera llevar las procesiones al circuito de Jerez.
Conozco a muchos idiotas que además son nazarenos. Y ni siquiera maquillan «sus sombras ocultas tras un capirote» porque son mayordomos y llevan la cara descubierta. Si esta mujer fuera a las procesiones de Murcia poco «espectáculo tenebroso» iba a ver. Vería habas, huevos y caramelos a la vez que la Oración de Salzillo. Vería una ciudadanía culturalmente católica. Practicante o no. ¿Cómo se puede ser español y no entender España? Claro que puede no gustarte la Semana Santa. Y no salir a la calle. O huir. Otra cosa es que hayamos vuelto a vivir a Entre visillos. Pero se trata de una intolerancia patosa que no toca sólo la religión, se expande a cualquier idiotez. Hace tiempo, la revista Cosmopolitan publicó un reportaje sobre mujeres célebres con la ropa y complementos que llevarían. Lady Di, Virginia Woolf… Y Silvia Plath. Un abrigo de tweed, unos mocasines Gucci, unos pantalones de volantes o una cocina Smeg rosa con tres hornos y encimera de gas de 4.340 euros. Qué frivolidad con el suicidio, menudo escándalo en su día (y hace semanas, cuando se volvió a viralizar el asunto, que lo traía hasta el Daily Mail). Tres hornos. Le sobraban dos. El siciliano Frank Lentini nació y vivió con tres piernas. Sylvia Plath sólo tenía una cabeza. Y un horno donde la metió en 1963 abriendo la espita de gas. Su amiga Anne Sexton se cabreó por suicidarse sin contar con ella. Luego tuvo que hacerlo sola en el coche con monóxido de carbono, mucho mejor método para practicar en pareja. Aunque el horno Smeg ese tiene tres hornos. De todas maneras, es mejor hacerse un Thelma y Louise. A mí esa página me pareció una genialidad.
Las que tienen que servir son ahora las que se tienen que ofender. El último agravio viene en Marie Claire. En las páginas de Marc Giró. Con su habitual estilo, se ríe de las gafas feas, del brunch, de las croquetas de boletus y de los zapatos nude. El texto: «Salir a la calle calzada con zapato de color carne, o sea, como si fueras descalza, tiene mucho que ver con esa perversión patriarcal de querer desnudar a las mujeres en el espacio público para que sigan estando en él de forma inestable y siempre disponibles». Es un texto humorístico. Tenga gracia o no. Pero como si hubiera mentado a la madre muerta de los agraviados. No entiendo nada, igual que ese portavoz de los taxistas: «¿Cómo es posible que un ministro de izquierdas y gay mande a la policía a reprimir al pueblo». Lo mejor es que las revistas satíricas hayan perdido el tren frente a las femeninas. El tren al que se tiró Anna Karenina tan bien vestida.
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