La tesis sin tesis

La mayoría del tribunal que la calificó «cum laude» no pasaría un filtro de exigencia académica razonable

LA tesis de Sánchez no tiene tesis, ni siquiera síntesis. En el sentido literal: carece de innovación, de sustancia, de arquitectura intelectual, de profundidad, y se limita a coleccionar obviedades. Ya puesto a reproducir documentos y pasajes, podía haber elegido otros más relevantes. (Claro que teniendo en cuenta que la ministra Montón tiró de la Wikipedia en su trabajo de máster, el presidente aún conserva una cierta jerarquía de selección de materiales). Porque copiar, copió, y lo que discuten ahora sus arúspices es si lo hizo mucho o poco: el marco mental del debate se ha reducido a una cuestión de porcentajes. Para disminuirlos emplean bases de datos que no registran los informes gubernamentales, de los que el texto se nutre en gran parte. Pero si se adjudica como propias una serie de fuentes, o no las especifica bastante, en términos académicos ese ejercicio no tiene un pase. Cualquier tribunal serio se lo habría echado atrás pero el suyo le dio sobresaliente cum laude; lógico si se considera que sus propios miembros tampoco pasarían un filtro de exigencia razonable.

Los articulistas sabemos mucho de copiar porque a base de hacerlo hemos desarrollado toda una técnica. Sobre todo oral: vamos por ahí con el oído aguzado y al primero que se descuide le robamos una idea. Yo mismo lo hago a menudo aunque tengo por costumbre avisar al autor de que voy a hacer uso de ella; normalmente se resignan y me la prestan. Lo que jamás se me hubiese ocurrido es fusilar en una tesina de licenciatura, que para disgusto de mi maestro Rogelio Reyes Cano dejé a medias. En todo caso, las citas que manejaba en la otra mitad, todas entrecomilladas y con su correspondiente referencia -Reyes no me hubiera dejado hacerlo de otra manera-, eran de Álvarez de Miranda, de Ayala, de Unamuno o de Ortega, no de un jefecillo de gabinete cualquiera. Entonces pensaba dedicarme a la enseñanza de literatura pero la vocación canalla de gacetillero me llamó con más fuerza. Aunque el país estaba estrenando la democracia, ni en aquel ambiente de libertad imperfecta se me pasó nunca por la cabeza que un presidente del Gobierno iba a amenazar a un periódico, éste, con una querella. Va a ser divertido, si la presenta, escudriñar delante del juez, línea por línea, esa tesis tan sólida y bien compuesta. Y ver quién se ha saltado más reglas, si el escribidor del engendro, sea quien fuere, o la prensa.

Sánchez está molesto, y es comprensible, porque el escándalo le ha estropeado el paso. Y más en su previsto día grande, el del decreto para desenterrar a Franco. Sus socios, lo mejorcito de cada casa, le van a echar un cable vergonzante para que el Congreso no lo ponga colorado. Pero en sus adoradas redes sociales, en la prensa internacional y hasta en los bares de barrio, su ya poco brillante mandato aparece deslucido por un debate sobre la palabra innombrable: plagio.

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