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Un sistema de pensiones perverso

En 2016, 40 de cada 100 jubilaciones fueron anticipadas

Isabel San Sebastián

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Ahora que miles de jubilados toman las calles y los partidos velan armas, ansiosos por engordar a su costa, conviene hacer balance de un sistema injusto, caduco, perverso y abocado a la quiebra. Un sistema necesitado de reformas tan profundas que acaso resulte insalvable. Un sistema que lleva en sí mismo el germen de su destrucción porque se basa en premisas falsarias e incita abiertamente al fraude.

Joaquín Leguina, expresidente socialista madrileño experto en demoscopia, ha coordinado un macroestudio del que se extraen datos y conclusiones aterradores. Ahí van algunos:

En 2050 España tendrá 15,5 millones de pensionistas, el doble de los 8,7 actuales, y 5,2 millones de niños en lugar de los siete millones de hoy.

En 2016 el 40 por ciento de las jubilaciones fueron anticipadas. Ni siquiera alcanzaron esos trabajadores la edad legal establecida en 65 años. Sus empresas, privadas y públicas, cargaron su coste prematuramente sobre la caja común de la Seguridad Social.

Del conjunto de jubilados que viven en nuestro país, apenas 117.000 comprendidos en la franja de entre 65 y 69 años reconocen trabajar. Si nos vamos a los mayores de 69, únicamente 34.000 se declaran ocupados. La esperanza de vida actual se sitúa en 83 años.

Jubilar «viejos» no da trabajo a los jóvenes. Lo afirman múltiples estudios y lo demuestra la experiencia. Los fondos de pensiones privados alcanzan una rentabilidad inferior a la de la Bolsa e incluso, algunos años, al impacto de la inflación. Dicho de otro modo, no son la solución al problema.

Cualquier medida correctora que se adopte hoy empezará a tener un impacto real de aquí a veinte o veinticinco años.

Nuestro sistema ignora por completo la revolución demográfica acaecida en el último lustro. Lo fía todo a la recuperación del empleo y a la recaudación cortoplacista. No solo no incentiva el mantenimiento de la actividad laboral una vez alcanzada la edad legal del retiro, sino que lo disuade. ¿Alguien puede creer que poco más de treinta mil personas sigan desempeñando un trabajo remunerado una vez cumplidos los setenta? Yo no. Por lo que infiero que lo harán en la economía sumergida, ocultando sus ganancias al fisco con el fin de no perder su derecho a percibir la pensión por la que cotizaron. ¿Usted no haría lo mismo? Yo sí. Lo comprendo, lo justifico y lo aplaudo.

El caso de los creadores constituye un paradigma. Toda una vida compatibilizando un salario como profesor, periodista o cualquier otra profesión, con los derechos de autor obtenidos por obras realizadas en tus horas libres, para que, llegado el momento, Hacienda te obligue a renunciar a la pensión que te has ganado, regalar los frutos de tu creación o dejar de crear. Así de simple. Hay decenas de escritores incursos en pleitos motivados por esa alternativa diabólica que dista de estar resuelta. Decenas de ellos castigados con multas severísimas o privados de su retiro. A ellos los conocemos porque son reconocibles o han decidido alzar la voz. Pero ¿cuántos españoles anónimos no optarán por jugársela? Apostaría a que son muchos.

En lugar de movilizar a los abuelos en busca de votos fáciles, yo invito a los partidos políticos a proponer medidas útiles que fomenten la natalidad sin perjuicio para la mujer; alarguen la edad laboral mediante fórmulas atractivas, no punitivas; animen al ahorro, en lugar de penalizarlo, e infundan responsabilidad en cada uno de nosotros en vez de cargarlo todo sobre quienes vienen detrás. Si no actuamos así y lo hacemos pronto, nos espera un futuro sombrío.

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