Un silencio de Aznar
Dice el profesor Occhipinti que es más difícil administrar los silencios que elegir las palabras. No sé si eso es realmente así, pero lo que dice el profesor siempre merece respeto. El caso es que Luis del Olmo llevó a su programa a José María ... Aznar y le preguntó, no sé si por recochineo o por caridad, que por qué no se dejaba entrevistar por Iñaki Gabilondo. En ese momento se produjo un silencio de siglo y medio, que en un programa de radio con el micrófono abierto es el equivalente a ocho o diez segundos. Ya se sabe que el tiempo es un concepto y cualquier sistema de medida que se le aplique ha de resultar caprichoso y convencional. Luis del Olmo hubo de aclarar a la audiencia que aquel silencio no era debido a una interrupción del programa, sino a que el señor presidente del Gobierno no respondía. Aznar se había quedado como sin habla.
Dicen que el silencio es la prudencia del sabio. El Libro de los Proverbios advierte que «al que calla se le entiende». ¡Anda, coño, pues es verdad!, ya que a Aznar se le entendió más ese silencio que todas sus palabras. Al silencio se le han dedicado muchos elogios, y a veces resultan convincentes. Sin embargo, yo desconfío algo de ellos, en razón de que todos los elogios al silencio no se le han dicho callando, sino con palabras. Al buen callar le llaman Sancho, pero yo, antes que las calladas de Sancho, prefiero algunas parrafadas de don Quijote, por ejemplo, el discurso a los cabreros.
Dicen algunos filósofos, tanto los de almanaque como los de verdad, que el que calla no se equivoca, y tampoco estoy muy convencido de que eso sea así, porque quien calla, unas veces otorga, otras veces desdeña, y el silencio lo mismo sirve para sembrar la duda que para mostrar la disconformidad. Como hay gente para todo, que decía El Guerra, otros filósofos afirman que el silencio es la elocuencia del necio, y hacen observar que los animales más tontos de la creación son aquellos que no hablan, por ejemplo, los peces, que siempre están mudos. Seguramente por eso, al examinando torpe e ignaro se le dice que «está pez», porque no sabe responder a las preguntas y queda mudo como un besugo.
Claro está que ese no era el caso de José María Aznar. Si no respondía a la pregunta no era porque no supiera la respuesta sino porque no le daba la gana de darla. Pero también prefería callar lo de la gana. Después del largo silencio, se fue por los cerros de Úbeda. Dijo que así como el entrevistador puede elegir al entrevistado, los entrevistados tienen el derecho de elegir al entrevistador. Decir eso tampoco es responder a la pregunta. Ese derecho nadie lo discute, pero Luis del Olmo quería saber por qué el presidente del Gobierno, que no lo había ejercido con él, sí lo ejercía con Iñaki Gabilondo. Y ahí Aznar se metió en la pecera.
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