Mesa de diálogo, ¡cómo no!

Pero claro. ¡Cómo no volver a la mesa de diálogo! Menuda oportunidad perdería el Gobierno para desviar la atención de su vergonzante gestión ahora que tienen que empezar a salir a la luz todos los contratos suscritos durante la pandemia y las jugosas comisiones pagadas. Ahora que empezaremos a conocer cuánto dinero se ha gastado el Ejecutivo en material sanitario que ni siquiera ha llegado aún, o en respiradores pagados a precio de oro que han tenido que ser enviados a Iberoamérica por ser incompatibles con las máquinas españolas. Ahora que, pese a las trampas de Sanidad, España sigue en el «top tres» de países con más fallecimientos por cada 100.000 habitantes -hay que ver qué tozudas pueden ser las matemáticas.

¡Cómo no volver a la mesa de diálogo! Si reabre una vía adicional de enfrentamiento con el PP ahora que los empresarios presionan más que nunca para que se tejan acuerdos de Estado. No hay nada como volver a negociar con Quim Torra para aumentar la tensión política y hacer imposible cualquier negociación con Pablo Casado -que tampoco quiere pactar-. Realmente, todo son ventajas para el Gobierno.

¿Qué importa si en esa mesa de diálogo se sienta el presidente autonómico que puso más palos en la rueda del mando único durante la pandemia? ¿Debería contar para algo que esa negociación pretenda aumentar aún más la desigualdad entre las autonomías y perjudicar a las que han sido más leales durante el estado de alarma?¿Que su simple convocatoria contribuya a ensanchar la base social del independentismo al normalizar la autodeterminación como término de debate político? ¿Que el fin último de una de las partes interlocutoras sea romper España? Que Sánchez extrajera alguna lección de la pandemia era, evidentemente, mucho pedir.

El único consuelo al que aferrarse es que, en sí misma, la mesa de diálogo es un contrasentido. Quien haya seguido mínimamente a Torra sabe que la palabra «entendimiento» juega como antónimo a la hora de describirle y que nunca renunciará a la idea de la independencia. Es de necios creer que se puede negociar con un líder que vive en guerra con sus propios socios de gobierno -también independentistas-, que ni siquiera busca cierta concertación con la oposición constitucionalista en una situación de extrema emergencia, o que ni siquiera habla con los agentes sociales teniendo una crisis económica encima.

Pero sería igual de necio engañarse. Aunque Sánchez y Torra no lleguen a pactar nada, cada mesa de diálogo legitima el discurso independentista y contribuye a arraigar la idea de que la secesión de Cataluña es una opción. El jefe del Gobierno tenía en su mano abrir un nuevo capítulo de alianzas que procuraran el bien de España, pero ha vuelto a buscar el cobijo de quienes quieren reventarla. Y lo ha hecho por interés propio. Solo Sánchez es responsable de que esta nueva normalidad tenga los peores sinsabores de la antigua.