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Sánchez empoderado

En La Castellana le gritaron «okupa» y en el Palacio Real, acto seguido, lo pusieron en su sitio

Jesús Lillo

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Reducir a anécdota el gesto de empoderamiento de Sánchez en el Palacio Real es tanto como calificar de «coincidencias» -eso dice la UCJC- los plagios del doctor en Económicas que nos gobierna. Tal día como ayer, Rodríguez Zapatero se sentó al paso de la bandera de Estados Unidos para resumir su visión del mundo y Sánchez -«yo no voy a ser menos», dijo- se subió a la cima para contemplarlo desde todo lo alto, hasta que lo quitaron de en medio. Ocho segundos le duró, lo que una república catalana.

Tan relevante o más que la soberbia que Sánchez y señora mostraron ayer al situarse junto a los Reyes resulta el protocolo palaciego que procedió a su inmediato desalojo, presagio y secuencia de lo que habrá de suceder, ojalá sea pronto. En La Castellana le gritaron «okupa» y en el Palacio Real, acto seguido, lo pusieron en su sitio. No se puede estar más empoderado que Sánchez, una anécdota hecha presidente, una coincidencia con poder ejecutivo y un «posible error de forma» -eso dice también la UCJC de su plagio cum laude- que ni siquiera sabe dónde tiene la mano derecha, o ultra-ultra-derecha.

El pasado lunes contaba Almudena Martínez-Fornés en ABC cómo Sánchez había acaparado la política exterior a costa de la agenda internacional de Don Felipe. Ayer, el presidente dio un paso más en su proceso de entronización y cohabitación republicana al situarse en plano de igualdad con el Rey y ejercer como anfitrión de un acto en el que no pasaba de ser invitado. La pulsera dorada que le pusieron en julio para entrar en la zona VIP del Festival de Benicásim y ver de cerca a los Killers dejó en su muñeca la huella de una ambición. Desde entonces, es ver algo brillar -la purpurina le vale- y se empodera. La montura de sus gafas de piloto, las barandillas del Congreso, el trono del Palacio Real... cualquier cosa pintada de oro lo estimula. Con Sánchez en La Moncloa, al Rey se le puede injuriar más y mejor, reprobarlo a iniciativa de sus socios de Gobierno y pedir la abolición de la monarquía parlamentaria, otra idea de quienes ya estampan su sello oficial en los documentos del Gobierno de España. En esta coyuntura histórica, que al presidente lo desoriente su vanidad apenas tiene importancia. Es cuando actúa de forma premeditada y empoderada -«os vais a enterar», «yo no voy a ser menos»- cuando da miedo.

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