En primera fila
La que se avecina
Las cifras de empleo son desastrosas aunque el mercado laboral está dopado: pasar de ERTE a ERE es cuestión de tiempo
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Iniciar sesiónEntre los debates sobre la vacuna, el coronavirus, las fiestas de Navidad y las terribles alianzas del Gobierno se está quedando en el tintero un problema que se está inflamando en silencio y que va a estallar más pronto que tarde. Se trata de la ... crisis social que va a acompañar a la económica y que, en términos de rentas, se extenderá hasta 2023, según ha dicho la OCDE esta semana.
La tragedia se masca en un mercado laboral que arroja cifras espantosas a pesar de que se encuentra dopado por los ERTE, y es cuestión de tiempo que estas siglas se conviertan en otras más terribles: ERE. La propia Nadia Calviño ya ha reconocido que no todos los trabajadores que se encuentran en una regulación temporal de empleo van a poder recuperar su puesto de trabajo. Y el Gobierno va dando signos de que el dopaje tiene fecha de caducidad al restringir la cobertura de los ERTE cada vez que le toca prorrogarlos. Actividades como el transporte tienen todas las papeletas para pasar a la fase de despidos y, por si no fuera suficiente, vienen mal dadas en la banca. El sector financiero se encuentra en un difícil proceso de reestructuración y ya sabemos lo que las nuevas fusiones traerán para las plantillas.
Los trabajadores de uno y otro ámbito tienen una cosa en común: son de clase media. La primera ola de la pandemia se cebó con los trabajadores precarios. Esta segunda está elevando el tiro a empleados más cualificados al contraer la actividad económica de forma insostenible. Se avecina una nueva embestida contra una clase media que, para más inri, aún no se había recuperado completamente de la anterior crisis financiera. Y ni la subida de las pensiones ni el alza del sueldo de los funcionarios son suficientes para contener el golpe que va a sufrir este estrato social.
Algunos hogares tienen margen de aguante porque el consumo se ha retraído y han podido destinar más a la hucha. Pero el margen es limitado. En cambio, un amplio porcentaje, empezando por los jóvenes y trabajadores sin capacidad de ahorro, retrocederá varias casillas en términos de bienestar. El deterioro de la clase media debería ser una preocupación de primer orden para el Gobierno por su brutal impacto económico y social, pero también por sus consecuencias democráticas. La pérdida de empleo y el empobrecimiento generalizado de esta capa social es un billete de ida hacia populismos y radicalismos. Como si en España no tuviéramos ya bastantes. Y la llegada masiva de inmigrantes es un ingrediente más a añadir a este explosivo cóctel. Sin una clase media robusta no hay progreso económico y social, pero tampoco una democracia fuerte.
La Moncloa, sin embargo, se entretiene en el relato del día a día, sin una hoja de ruta. Y así es imposible evitar la que se avecina.
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