Todo irá bien
Nemo
No llega a ser fría la madrugada. Subo por General Goded y frente al Turó Parc se me acerca un grupo de jovenzuelos y es para atracarme. Hago un cálculo rápido de lo que voy a perder y más que miedo me da pereza. La ... ginebra ha sustituido a mi edad la furia por la nostalgia, y casi nada me disgusta si puede darme un buen artículo. Me meto la mano en el bolsillo, me despido de mi iPhone y el que permanece en la penumbra es el que manda y me pregunta si soy el periodista. Y pienso que además de robarme van a darme una paliza; y por no concentrarme en el dolor, que duele más, empiezo a escribir mentalmente justo esta línea. Escribir -también con el tiempo lo he aprendido- es mejor anestesia hasta que la morfina. Se me acerca el líder, me toma por el brazo y me aparta de sus amigos. «No te voy a hacer nada, tranquilo». Hace poco en internet vio que me insultaban y mi cara le devolvió a nuestro fugaz instante en la tienda de Disney de la Diagonal. Era 2011. «Yo tenía 20 años pero le suplicaba a mi madre como un crío que me comprara un peluche de Nemo, uno de esos tan grandotes que no caben ni en la cama. Y ella me decía que no, que sólo compraríamos una Sirenita para mi hermana pequeña porque era su cumpleaños, y que a mi edad no se juega con muñecos, y que no nos sobraba el dinero. Y en la cola de la caja estabas tú, y sin conocernos de nada me dijiste que el mejor trabajo del mundo es el de Santa Claus, me compraste a Nemo y mientras te marchabas -no pude ni darte las gracias- me pediste así muy serio que nunca perdiera la esperanza. Y bueno», me dice bajando la mirada, «ya ves que un poco sí que la he olvidado». Las buenas historias se abren al cierre y el viaje de este Nemo ha sido más largo que el de la película. No sé qué más decirle, y sus muchachos le esperan y no entienden nada. Veo en él la misma luz de hace nueve años, pero también la sombra de la fatalidad y que un triste final le aguarda. La vida cuando es mágica es como mejor puede escribirse, y si te volviera a encontrar, volvería a comprarte el peluche más grande, pero se te volvería a descoser cada vez que te lo regalara. El muñeco y la esperanza: hueles a destino trágico, y estaba a punto de preguntarme por qué, pero quedan sólo tres líneas y hay muy pocas cosas que aún me importen cuando el artículo acaba.