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La tercera

El fracaso del fracaso

«Son muchos los planes buenos que salen mal, como hay planes malos que salen bien. No siempre la derrota implica error. Hay juegos bien planteados que gana el otro, días en que la pelota no entra o en que entra la del otro después de rebotar en un palo y tres caderas. Fracasar es, por tanto, perder, pero no siempre es errar, aunque a veces lo sea»

Rodrigo Cortés

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El fracaso tiene buena prensa, con tal de que fracasen otros. Viene con halo poético, con mitología redentora, pero el fracaso –forzoso, como es sabido, para cualquier éxito– acaba a menudo igual que empieza. Mal. Sin número musical de cierre, sin créditos tranquilizadores, sin moralejas ... valiosas ni lecciones que atesorar por siempre. Por eso sólo quien al final triunfa habla del fracaso con orgullo, convertido, desde la altura, en las baldosas amarillas de su imaginada recta a Oz. Y por eso da gusto animar a quien le va peor que a nosotros: si algo proporciona más placer que defenestrar a un ganador es encumbrar a otro a quien defenestrar luego; o redimir por la mañana a un humillado y celebrar con alborozo su retorno (imaginándolo nuestro) mientras, con las manos a la espalda, vamos abriendo la ventana desde la que lo arrojaremos al patio. El fracaso gusta más si no es nuestro porque no es nuestro.

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