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Cambio de guardia

La resurrección

A principio del nuevo siglo, Franco estaba muerto.Lo han resucitado. ¿Valía, de verdad, la pena?

Gabriel Albiac

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Yo quisiera olvidar al ominoso Franco. No me faltan motivos. Nací por uno de esos azares que en la caótica España acaban por ser norma: militar constitucionalista, mi padre había sido condenado a muerte en uno de los primeros consejos de guerra celebrados en Madrid ... tras la victoria franquista. No fue ejecutado, pero su vida quedó truncada. Toda mi familia materna había sido -en diversos grados- represaliada. Mis hijas tienen el dudoso privilegio de acumular dos abuelos condenados a muerte. El materno no tuvo, en 1963, tanta fortuna como el paterno. Tenía yo diecisiete años cuando entré en mi primera organización clandestina contra la dictadura: era el otoño de 1967. En ese «ejército de sombras» del cual hablaba Albert Camus en los años cuarenta perseveré hasta 1978. Después, la política dejó de interesarme. Y malditas las ganas que yo tenía de seguir recordando lo más desagradable de mi vida: el fantasma del general Franco. Decidí borrarlo. No fue fácil.

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