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El pin republicano

LA bandera republicana en la solapa de don Cayo Lara durante su audiencia con el Rey puede tomarse en serio («Yo vengo por razones de protocolo. Pero advierto que, como republicano, no reconozco ni la monarquía ni al monarca») o en broma («Ya sé que si usted no hubiera sido el motor de la Transición, yo no estaría hoy aquí, pero ¿qué quiere? Izquierda Unida es republicana y no tengo más remedio que ponerme esto»). ¿Cuál de las dos versiones es la auténtica. ¡Vaya usted a saber! Puede incluso que ambas.

Hubo un tiempo en que la izquierda representaba igualdad, libertad, cultura, progreso, desarrollo. Pero después de haber comprobado que la «izquierda pura» ha traído tanta o más opresión y miseria que la derecha dura, seguir pretendiendo su virginidad sólo puede ser tomado como una muestra de estulticia o de ignorancia.

En cuanto a la república, sostener que es una forma de gobierno superior a la monarquía resulta hilarante en un mundo donde los países más democráticos, más desarrollados, más cultos, más sociales son monarquías, parlamentarias desde luego, pues también las hay dictatoriales, subdesarrolladas y antisociales. Como también hay repúblicas que cierran periódicos o meten a sus ciudadanos en la cárcel por sólo disentir de la línea del gobierno. Nadie mejor que los españoles deberíamos saberlo, después de dos experimentos republicanos que terminaron en desastres. El primero, con una España dividida en cantones que se declaraban la guerra entre sí. El segundo, con una guerra civil, que algunos republicanos se empeñan en seguir librando. Sin embargo, hay quien tiene todavía estómago para probar otra vez, así de valientes somos los españoles. ¿Se imaginan ustedes que además de tener que elegir alcaldes, congresistas, senadores, nacionales y autonómicos, diputados europeos y no sé cuantos representantes más, tuviéramos que elegir Jefe de Estado? ¿Se imaginan los golpes, insultos, debates, artimañas, calumnias e infamias que usaría cada bando para conseguir que uno de los suyos se hiciera con la máxima personificación del Estado? Y esto, cada cuatro, cinco años, los que durase el mandato. ¿Lo resistiría la nación? ¿O ni siquiera seríamos capaces de ponernos de acuerdo sobre la persona, puede que lo mejor, pues ningún bando aceptaría al que no fuese del suyo?

Pero, en fin, ahí tienen a don Cayo, tan flamante, con la bandera republicana en la solapa ante un monarca que le saluda afectuosamente. ¿Quién es más anticuado? Pues aunque don Juan Carlos ha vuelto a dejarse la barba, tal vez porque, como a todos, le fastidia tener que afeitarse a diario en verano, no tiene el menor inconveniente en charlar con todo el mundo, la izquierda sigue anclada en los tiempos de Maricastaña. ¡Y luego hablan de la derecha rancia!

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