Rebelión en Pozuelo
NUESTRO pintoresco sistema representativo favorece que la nómina política nacional genere personajes tan versátiles que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Ahí tenemos el caso de Jesús Sepúlveda: después de calentar durante tres legislaturas seguidas un escaño en el Senado, en ... representación de Murcia, saltó a encabezar las listas del PP para el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, una ciudad residencial colindante con Madrid en la que, como tengo escrito, podría salir elegido alcalde un chimpancé con el único requisito de que el animal portara un brazalete con el emblema del PP. Lo sé porque vivo allí desde hace más de treinta años y, salvo una victoria inicial de la UCD, las mayorías de la gaviota son cada vez más ostentosas.
Hace unos días, como consecuencia de una de las filtraciones sumariales que perfilan el estilo y la costumbre de Baltasar Garzón, Sepúlveda dimitió como alcalde de Pozuelo. Un diario omnisciente que antes se proclamaba independiente de la mañana, no de la tarde o de la noche, y que ahora alardea de global publicó que el tal Sepúlveda era beneficiario -supuestamente, claro- de los manejos de Francisco Correa y que había recibido un Range Rover, un televisor de plasma y unos cuantos puñados de euros.
Para evitar las siempre nefastas sedes vacantes, ayer el Concejo pozuelano procedió a la votación necesaria para elegir un nuevo alcalde. La presidenta de la Comunidad, que lo es también del PP de Madrid, impulsó la candidatura del hasta ahora segundo teniente de alcalde; pero los concejales, ¡incluido Sepúlveda!, se declararon en rebeldía y, como parece más ajustado a la estética democrática, le dieron la vara al primer teniente de alcalde, Gonzalo Aguado, número dos en las listas electorales.
Traigo a cuento el chocante caso de la rebelión del PP en Pozuelo no porque sea mi lugar de residencia; sino porque en él se encierra todo un catálogo de nuestra patología representativa. Un alcalde cunero para mejor atender las necesidades de personal de un partido, una lista cerrada en la que, llegado el caso, no importa el orden de sus nombres, una vicedimisión -¡el presunto sigue siendo concejal!- y una presidenta regional a la que desobedecen sus conmilitones. Con esos mimbres, que no son específicos del PP y sí idénticos a los que maneja el PSOE, el cesto democrático del que disponemos parece inmejorable; pero no es bueno.
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