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Puchibiggs

Venturas y desventuras de célebres fugitivos

Luis Ventoso

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Hay circunstancias proclives al aburrimiento. ¿Cómo entretener un domingo otoñal en una chirona belga? El expresident prófugo podría haber probado con algún libro acorde al entorno, por ejemplo «Hombre extraño a la fuga», la autobiografía de Ronnie Biggs , ladrón y fugitivo de talante humorista, muerto en 2013, que protagonizó una escapada de 31 años. Una obra formativa para el estadista gerundense, trincado en solo seis días. Y es que darse el piro también es un arte.

Biggs, nacido en el Sur de Londres, fue un bala desde adolescente, un raterillo precoz y contumaz. Pero tras casarse y tener hijos decidió rehabilitarse. Comenzó a trabajar como carpintero y le iba bien. Hasta que en una de sus chapuzas conoció a un viejo maquinista, que le sopló que se preparaba un gran golpe al correo nocturno Glasgow-Londres. Biggs se subió al tren -nunca mejor dicho- y se convirtió en uno de los dieciséis integrantes de la banda, con un rol secundario («era solo el chico del té», alegaría para justificarse).

A las 3.15 de la madrugada del 8 de agosto de 1963, los atracadores detuvieron el tren a 65 kilómetros de Londres. Golpearon al maquinista en la cabeza con una barra de hierro, dejándolo malherido, apartaron el convoy de su vía y se llevaron 118 de sus 126 sacas repletas de billetes. Un botín jamás visto: 2,6 millones de libras (casi 50 millones de euros de hoy). Biggs recibió un pellizco equivalente a unos tres millones de euros. Exultantes, se repartieron el botín en una granja. Para pasar el rato jugaban al Monopoly con los billetes robados. Cuando se marcharon, el cómplice que debía quemar los rastros de su paso incumplió su tarea. La Policía encontró huellas dactilares de Ronnie en el tablero del Monopoly y en un bote de ketchup. Lo trincaron al momento y le cayeron treinta años. Pero a los quince meses se descolgó con una escalerilla de cuerda por los muros de la cárcel londinense de Wandsworth e inició una fuga de leyenda: Bruselas, París (allí se compró una cara nueva) y Australia, donde vivió un lustro feliz con su familia, trabajando otra vez de carpintero. Delatado por la prensa, huyó en un mercante a Brasil, país que no tenía convenio de extradición con el Reino Unido. En Río, el gran cachondeo. Como las autoridades le prohibían trabajar, sobrevivió convirtiéndose en atracción turística. Se choteaba de la Poli inglesa bañándose en Ipanema copa en mano y con un bronceado ostentoso. Cobraba 50 dólares por una barbacoa en su casa y vendía camisetas con el lema «Río, gran lugar para escapar». Tuvo un hijo con una carioca para evitar extradiciones, grabó un disco con los Sex Pistols y vendió hasta su alma a los tabloides británicos. La escapada la remató en 2001. Por morriña de una pinta en un buen pub y por agotamiento retornó a Inglaterra (en un jet privado fletado por «The Sun»). Pero en las democracias serias, querido Puchi, la Justicia no olvida: a pesar de la edad provecta y del tiempo transcurrido desde el crimen, se pasó ocho años en la trena y salió solo tres antes de morir.

Al del Biggs lo llamaron « El Robo del Siglo ». Lo del otro comenzó como « La Gran Estafa », pero se nos está quedando en « ¡Aterriza como puedas! ».

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