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Premios imposibles

Discuten por menudencias como reponer al presidente legítimo de Honduras en su cargo. Si en la comunidad internacional hubiera gente seria -ya sé, ya sé-, propondrían a Manuel Zelaya como candidato al Nobel de Medicina, por su contribución a la lucha contra el Alzheimer. Honduras tiene una larga tradición en la reactivación de los circuitos neuronales. Que se lo digan a Trillo: fue gritar:«¡Viva Honduras!» y recordar al instante que estaba en El Salvador. Ahora nos hace refrescar principios democráticos elementales, como que el poder militar ha de obedecer al poder civil. Parece sencillo, pero a algunos opinadores se les había olvidado y estos días han restado importancia al golpecito de Estado, sólo porque el presidente depuesto es un tipo feo y bolivariano. Además hemos hecho memoria y sí, los hondureños lo eligieron en unas elecciones. Esto parece nimio, de tan básico, pero cuando uno lo olvida, cuesta más reconocer una democracia. Ahí reside el mérito de Zelaya: nos recuerda lo elemental, como los neurólogos se afanan en que los enfermos de desmemoria no olviden cómo vestirse. No se puede ir desnudo a una tertulia. Sin embargo, nunca se concede el Nobel de Medicina a un político, no me pregunten por qué. Tampoco les dan el premio Nacional de Cine, con todo lo que actúan. Este año lo ha ganado Maribel Verdú, otra vez una actriz. Y encima ha declarado a propósito de su última película: «No me gusto en Tetro». Con ese sentido de la autocrítica pone las cosas aún más difíciles. No imagino a Rajoy diciendo: «No me gusto en Gürtel».

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