Preguntas
A Ricardo Costa le tenían que echar. Y tenía que hacerlo Francico Camps, que se resistió hasta el viernes y que todavía ayer aseguraba tener plena confianza en su secretario general. Eso es lo que estaba previsto. Ahora ya no se sabe muy bien lo ... ocurrido anoche en la reunión de la ejecutiva del PP de Valencia. Camps y Costa parecían haber urdido una estratagema de última hora para pasarle la patata caliente a Rajoy. Costa dimitía voluntariamente si la dirección nacional aceptaba investigar sus cuentas. Pero desde Génova se ignoraba tal condición y sólo se mencionaba la destitución del secretario general del PP valenciano, extremo que confirmó posteriormente el propio partido de la comunidad. Un confuso baile de declaraciones y comunicados que restaba lustre al aparente golpe de autoridad dado por Rajoy.
En cualquier caso, en el descarnado comunicado que Costa leyó por la mañana, negándose a subir por su propio pie al altar sacrifical, el destituido secretario general del Partido Popular valenciano se preguntaba lo mismo que muchos otros han hecho desde que la dirección nacional del partido le impuso a Camps la evisceración de un chivo expiatorio: por qué él y por qué sólo él.
A Costa seguramente le ha perdido su visibilidad en todo este asunto, hay quien dice que pactada con el propio Camps, y la explicitud de algunas de las conversaciones que mantuvo con responsables de la trama y que están contenidas en el informe policial que no tuvo en consideración el TSJ valenciano. Por lo demás, el ahora defenestrado llegó a la secretaría general tres años después de que se comenzara a cocinar el inmenso pastel del que han comido las empresas del «Bigotes» desde entonces, a cambio de supuestas facturas por servicios que Orange Market prestaba al PP pero cuyas paganas eran constructoras que contrataban con la administración. Y tampoco era Costa quién concedía esos contratos.
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