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El plagio apócrifo

El presidente se habría salvado si al menos hubiera copiado una obra maestra, no un bodrio

Alberto García Reyes

Para ponderar la gravedad del plagio del presidente hay que leer un artículo publicado por Julio Camba en «El Sol» el 25 de junio de 1923 en el que denunciaba dos fraudes muy habituales de la época: los articulistas sudamericanos que copiaban sus columnas enteras y la firmaban por la cara y los periódicos extranjeros que, aprovechando su prestigio, rubricaban con su nombre auténticas deyecciones literarias. ¿Quién podía descubrir el timo en aquellos tiempos sin internet ni globalización? Pero Camba se encolerizaba y lo criticaba así (ahora viene la cita entrecomillada, señor Sánchez, se lo aclaro sólo por ayudar): «Yo no me opongo a que los periódicos americanos reproduzcan artículos míos, ni siquiera a que publiquen como míos artículos mejores a los que yo hago. Lo malo es que publiquen con mi firma artículos abominables y que, encima, estos artículos abominables que yo firmo sean cobrados por otros señores». Lo malo de la tesis de Pedro Sánchez no es que la haya copiado. Lo malo es que, además, ha copiado una chapuza.

Decía Picasso que «los buenos artistas plagian y los genios directamente roban». Es obvio que robar tiene bastante más curro que calcar porque hay que entretenerse en enmascarar la apropiación indebida, y por eso siempre han tenido más prestigio los ladrones que los estúpidos. Pero en todo este follón de la tesis doctoral presidencial el debate ya no está en el plagio, que es un hecho incontrovertible a tenor de las pruebas aportadas por ABC, sino en otros dos escenarios que están por encima del dolo moral e incluso jurídico que acarrea el comportamiento de Sánchez: la pudrición de las instituciones y la hipocresía de los políticos. La predisposición de algunas universidades a cohechar y la obsesión de los responsables públicos por lavarse la conciencia. Es completamente insostenible que quienes repudian la meritocracia hayan falsificado sus méritos para aparentar un nivel que no tienen. La clase política española sufre inflamación de currículum y esa hinchazón ya sólo baja con antibióticos de amplio espectro. Cuando la mediocridad intenta disfrazarse de brillantez, lo único que hace es adelantar la decadencia. Y en eso andamos. Queriendo adulterar el tiempo.

A Pedro Sánchez lo han acorralado sus propias ínfulas. La vanidad es la peste del siglo XXI a pesar de que nunca como ahora ha habido menos motivos para engreírse. Porque en la tesis del presidente se juntan todas las miserias que denunciaba Camba. Primero, fingir una gran estatura intelectual usando zancos. Segundo, utilizar unas alzas de pésima calidad. Y tercero, implicar a la universidad en la estafa. El ejemplo es deplorable. Y lo malo no es que lleve su firma una obra abominable, ni que hayan cobrado por ella otros. Lo malo es que el presidente del Gobierno ha denigrado a todos los españoles que se han dejado la vida bajo la luz de un flexo a deshoras para obtener títulos que ahora no sirven para nada. Lo malo es que Sánchez ha hecho un plagio apócrifo. Le ha puesto su firma al bodrio de otro, por lo que no se salva por ninguna de las vías picassianas: ni ha robado, ni ha trabajado.

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