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La pérdida del decoro

HE aquí uno de los rasgos más distintivos de nuestra época. «Decoro» es palabra desprestigiada en el uso común, una de tantas palabras sobre las que el progresismo contemporáneo ha arrojado una carga peyorativa, despojándolas de su significado originario: una persona decorosa ya no es ... la que inspira respeto, por adecuar su comportamiento y aspecto a su condición, sino una persona mojigata, pudibunda, retrógrada, escrupulosa en el cumplimiento de convenciones que la modernidad repudia. De modo que, para que no la tachen de tal, la pobre gente abducida se ha propuesto perder el decoro, que es tanto como perder el respeto por uno mismo, pues sólo quien ha perdido el respeto por uno mismo se cree incapaz de inspirarlo. Y, naturalmente, cuando alguien se pierde el respeto a sí mismo necesita, para consolarse, perdérselo también a los demás; y así se instaura el reinado de la chabacanería, donde la falta de decoro se convierte en regla de supervivencia generalizada. Y donde la persona decorosa se convierte automáticamente en diana de escarnio; de tal modo que, para pasar inadvertida, ha de avenirse a ser indecorosa, como cualquier hijo de vecino.

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