Tiempo recobrado
La tortilla y los huevos
Nada importan los principios ni la ética porque el fin sigue amparando los medios
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Iniciar sesiónEn enero de 1947, Maurice Merleau-Ponty publicó un duro artículo contra Arthur Koestler en ‘Les Temps Modernes’, la revista que dirigía Jean-Paul Sartre. El autor de ‘El cero y el infinito’, que vivía en Gales, se tomó muy mal el ataque porque sabía ... que nada salía en la publicación sin la aprobación de Sartre, que había sido su amigo y anfitrión cuando residía en París al final de la guerra.
Koestler, al igual que Albert Camus, estaba siendo vapuleado por los periódicos comunistas en Francia. Criticaban su equidistancia y les consideraban a ambos cómplices de la derecha. Ni uno ni otro habían ahorrado críticas al estalinismo, entonces un dogma para los comunistas franceses.
El artículo de Merleau-Ponty argumentaba que el capitalismo era una forma de explotación de los trabajadores y un sistema que perpetuaba los privilegios de los ricos. En cambio, el profesor de Filosofía, cercano colaborador de Sartre, defendía el comunismo como la única alternativa para terminar con las desigualdades.
Merleau-Ponty reconocía que el estalinismo era responsable de terribles crímenes y que no existía la libertad en la Unión Soviética, pero concluía que ese peaje merecía la pena si acababa en la abolición de las clases sociales. En suma, que el fin justificaba los medios. La tesis provocó la reacción de Camus, que rompió su amistad con Merleau-Ponty y le distanció de Sartre.
Isaiah Berlin estaba suscrito a la revista y, muchos años después, terció en la polémica. Esto es lo que escribió: «Perseguir un ideal omnicomprensivo porque es el único verdadero para toda la humanidad, conduce a la coerción y luego a la destrucción. Se rompen los huevos, pero no hay tortilla a la vista».
Berlin acusaba al comunismo de haber provocado un gran daño a millones de personas que lo sufrieron y que jamás pisaron la tierra prometida por Lenin y Stalin. Lo que sostenía es que el derramamiento de sangre y la opresión se habían convertido en un fin en sí mismo. No se había hecho ninguna tortilla, pero se habían roto cientos de huevos durante décadas de falsas expectativas.
Han pasado 74 años tras aquellos ataques contra Koestler y Camus, pero la reflexión de Berlin sigue siendo válida porque existe una tendencia en los gobernantes y los dirigentes de nuestro tiempo a romper los huevos sin producir ninguna tortilla.
Traicionan sus compromisos, juegan con la verdad, utilizan un doble rasero con el adversario y manipulan el pasado a su conveniencia. Y creen que su supervivencia en el poder sólo depende de la propaganda. La vieja ‘realpolitik’ sigue tan viva como a mitad del siglo pasado. Nada importan los principios ni la ética porque el fin sigue amparando los medios. Como hacían los comunistas, todo se remite a un mañana que nunca llegará y que sirve para justificar las contradicciones de hoy.
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