Tiempo recobrado
Sciascia y la muerte
Sciascia no encontró a Dios, pero sí al hombre o, mejor dicho, a los hombres
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Iniciar sesiónLeonardo Sciascia vino al mundo en Racalmuto (Sicilia) el 8 de enero de 2021. Por tanto, se cumplen el próximo viernes cien años de su nacimiento. Sirvan estas líneas para rendirle tributo. Y para ello voy a hablar de su muerte, acaecida en noviembre de ... 1989. Tenía 68 años cuando falleció de cáncer en Palermo tras un duro tratamiento de quimioterapia.
Sciascia había dejado unas cartas en las que pedía a su mujer y sus dos hijas que se asegurasen de que estaba muerto antes de ser enterrado, porque tenía pavor a ser sepultado vivo. «Ha amanecido» fueron sus últimas palabras, que evocan a Goethe cuando exclamó en su agonía: «Luz, más luz».
María, su mujer, estaba junto a él cuando exhaló su último suspiro. Pronto llegaron sus dos hijas y le pusieron un rosario y un crucifijo en las manos. Una imagen chocante en un hombre que había marcado distancias respecto a la Iglesia católica y que se consideraba agnóstico más que ateo.
Esos símbolos religiosos fueron interpretados por algunos medios como una conversión de Sciascia en el último momento, al igual que había sucedido con el pintor comunista Renato Guttuso. Pero no fue así. Poco antes de morir, había dejado claro al obispo de Agrigento que no daría ese paso.
Sciascia había escrito: «No hay ninguna certeza. Ni siquiera la certeza de que no haya certezas. Si amo la verdad y asumo todos los riesgos que comporta decirla, estoy viviendo religiosamente». Unas palabras que se materializaron cuando criticó la negativa de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista a negociar para salvar a Aldo Moro, que sería ejecutado por las Brigadas Rojas.
El intelectual siciliano era un detractor de Aldo Moro y estaba en contra del llamado «compromiso histórico». Pero fue el único que intentó comprender las cartas del líder democristiano en las que se autocompadecía y pedía que le salvaran la vida. Sciascia vio al hombre y no al político, encontró una verdad sobre el alma humana en su cautiverio. Y fue atacado y descalificado por su compasión hacia Moro.
Se quedó solo, pero siempre lo había estado: «En vano intento medir con la mente esos incomprensibles espacios del universo que me rodean. No sé por qué estoy instalado aquí o por qué este breve tiempo de mi existencia me ha sido asignado. Por todas partes sólo veo infinitos que me absorben como un átomo».
Pero no lamenta el silencio de Dios, sino que lo asume como un postulado lógico: «Dios existe, pero nunca sabremos nada de él. No tiene necesidad de mostrarse», afirma en una frase con resonancias pascalianas. Y todavía va más allá. Sostiene que «su total ausencia y negatividad» es la «única señal» de su existencia.
Sciascia no encontró a Dios, pero sí al hombre o, mejor dicho, a los hombres. No fue una incoherencia que yaciera en el lecho de muerte con un crucifijo.
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