Salamina somos nosotros

Esquilo da fe de ello en «Los persas», una tragedia escrita ocho años después de los sucesos. La obra comienza cuando un mensajero llega a Susa y comunica a Atosa, la reina madre, que su hijo ha sido vencido por los griegos. El sentimiento de estupor y desolación está perfectamente descrito por Esquilo, que narra con una técnica periodística el clima de consternación en el espléndido palacio de la reina y la conciencia del derrumbe de un gran imperio.

La victoria de los griegos en Salamina fue un hecho imprevisible porque los medos, con una aplastante superioridad militar, habían forzado su retirada de las Termópilas y luego les habían derrotado en campo abierto. Jerjes lanzó su enorme flota en persecución de los navíos de Temístocles, que decidió hacerles frente en Salamina. Era una última y desesperada oportunidad para salvar a Grecia.

El hijo de Darío confiaba ciegamente en la victoria. Pero el hábil y experimentado Temístocles llevó a los barcos persas a aguas favorables mediante un ardid y se aprovechó de la mayor movilidad de sus naves, formadas en línea, para destruir a la armada imperial. Años más tarde, Jerjes sería asesinado por Artabano, comandante de la Guardia Real.

Aquella batalla en los confines de Europa puede parecer hoy un simple episodio histórico, muy alejado de las inquietudes del presente. Pero merece la pena recordar lo que sucedió en aquella isla egea porque, de haber sido derrotados los griegos, nuestro continente sería hoy totalmente distinto. Pericles, Platón, Aristóteles y Alejandro Magno no hubieran existido ni seguramente Roma podría haberse convertido en un imperio. Tal vez en España hablaríamos el idioma persa.

Es cierto que las cosas pasaron como pasaron y que las ucronías son siempre tramposas. También Europa sería diferente si Hitler hubiera ganado la guerra hace 75 años. Pero no deja de impresionar el hecho de que, de no ser por la astucia de Temístocles, Persia se habría apoderado de Grecia y su imperio se hubiera extendido por el Mediterráneo.

Todo ello suscita la reflexión de que la historia no sólo no está escrita de antemano, sino que depende en muchas ocasiones del azar. Es cierto que las leyes de la economía y la demografía condicionan nuestras vidas, pero también que hay acontecimientos imprevistos y fortuitos que modifican el rumbo de las cosas.

Salamina fue uno de esos momentos cruciales que lo cambió todo. Lo mismo que el aleteo de una mariposa puede provocar un gran desastre, las decisiones individuales que se toman en las encrucijadas históricas pueden tener unas consecuencias imposibles de prever a largo plazo. Salamina somos nosotros.