Tiempo recobrado
Rousseau, ese provocador
Rousseau era un pendenciero que buscaba la polémica y el escándalo
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Acosado por la maledicencia, las deudas, la mala salud y la persecución política, Rousseau decidió exiliarse a Inglaterra en 1766. Fue acogido en su propia casa por David Hume, que solicitó al rey Jorge III una pensión para su amigo. Hume, que le admiraba, era ... una persona noble y generosa, pero se cansó al cabo de unos meses de las rarezas del filósofo ginebrino que provocaba continuos escándalos cuando era invitado a los salones de la aristocracia.
«Estaba medio loco y ahora está completamente loco», exclamó el paciente y tranquilo Hume, que se lamentaba de los continuos cambios de humor y las excentricidades de su colega, que acostumbraba a vestir de armenio. Dos años después de su llegada a Londres, Rousseau decidió volver a Francia, entre otras razones, por su impopularidad y las pesadas bromas que empezaba a sufrir. Horace Walpole se burló de él al entregarle una carta pretendidamente escrita por Federico de Prusia, engaño que se tragó.
Durante su estancia en Inglaterra, empezó a trabajar en ‘Las confesiones’, un libro autobiográfico de brutal sinceridad, unas memorias sin precedentes en las que no se molesta en ocultar sus defectos ni en hurtar detalles escabrosos sobre su vida sexual. No en vano habla de su singularidad en el comienzo de la obra: «No estoy hecho como ninguno de cuantos he visto. Si la naturaleza hizo bien o mal al romper el molde en el que me vació, es cosa que habrá de juzgarse después de haberme leído».
No exageraba porque en ‘Las confesiones’ no tiene reparo en reconocer que mantuvo relaciones sexuales con Madame de Warens, su madre adoptiva, que le cobijó en su casa de Annecy cuando vagaba sin rumbo. Ni tampoco en contar un episodio en el que dejó que despidieran y humillaran a una criada por ladrona en un hurto que él había cometido.
Si hoy viviera Rousseau, sería una estrella de esos programas de televisión en los que se exhibe sin pudor la vida privada. Podría rentabilizar el hecho de que abandonó a Teresa Levasseur, su amante, a la que intentó convencer de que internara a sus cinco hijos en común en un hospicio. Nunca se preocupó ni lo más mínimo de ellos.
Al margen de su gran talento enciclopédico y de la originalidad de su pensamiento, Rousseau era un pendenciero que buscaba la polémica y el escándalo. Voltaire le ridiculizó en un panfleto anónimo en el que afeaba su vida privada y se reía de sus ideas.
El ginebrino fue tal vez el primer intelectual que no tuvo empacho en exhibir sus defectos y sus miserias como un espectáculo público, algo que le acerca a la modernidad. Era una forma de llamar la atención y de reivindicar sus trabajos, pero la diferencia con lo que sucede ahora es que tenía una inteligencia descomunal y era un maravilloso escritor. Leerle es una fuente de conocimiento de la naturaleza humana.
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