Tiempo recobrado
La mesa de Delibes
Era un periodista que no quería tener poder, aspiraba solamente a ser testigo de su tiempo
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Iniciar sesiónSe acaba de inaugurar hace pocos días en la Biblioteca Nacional una exposición sobre Miguel Delibes con motivo del centenario de su nacimiento. Una iniciativa digna de aplauso y una oportunidad para disfrutar de fotografías, manuscritos, dibujos y objetos personales del autor vallisoletano, fallecido hace ... diez años.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención es la mesa en la que trabajaba Delibes en su despacho. Es mucho más larga que ancha, mide casi dos metros y tiene tres cajones con herraduras en los que el maestro guardaba sus notas. Está hecha de roble y conserva las manchas de tinta, las rayaduras y las quemaduras del tabaco de décadas de uso. El escritor pasaba muchas horas encorvado sobre esta mesa, con su biblioteca detrás, profundamente concentrado en su quehacer.
Siempre he creído que hay una secreta afinidad entre las personas y los objetos de su vida cotidiana. En cierta forma, expresan el alma de quien los utiliza. Y no hay duda de que esta mesa encajaba perfectamente con la austeridad y la sencillez del que fuera ilustre novelista, académico y director de «El Norte de Castilla» durante cinco años. Es sabido que dimitió del cargo por presiones de Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo.
Lo mismo que esta mesa ha permanecido indemne al paso del tiempo por la nobleza de la materia prima, Delibes se mantuvo firme y nunca sacrificó sus convicciones al interés por medrar. Al igual que se puede afirmar de Albert Camus, nunca escribió nada que no pensara, lo cual era muy difícil en tiempos del franquismo.
A finales de los años 60, yo solía ir con mi padre en las tardes de verano a pescar cangrejos en el río Rudrón, muy cerca de Sedano (Burgos), donde Delibes tenía una casa. Era habitual verle sentado en el porche, leyendo un libro o un periódico. Nadie se fijaba en él, de suerte que parecía parte del paisaje. Le gustaba la caza, los paseos por el monte y el contacto con la Naturaleza, como resulta evidente en sus libros.
Pocas cosas se pueden decir sobre Delibes que no hayan dicho otros. Pero merece la pena recordarle por sus profundas convicciones y por su apego a la verdad. Era un periodista que no quería tener poder, aspiraba solamente a ser testigo de su tiempo. No quiso ser director de «El País», probablemente por no dejar su ciudad natal a la que tanto amaba.
Aseguran que la madera de roble es muy resistente, duradera, poco maleable, pero que se puede labrar fácilmente. Así era también el maestro: firme en sus principios, pero versátil y abierto a los cambios y al espíritu de la época. Por eso, pudo concebir en los últimos años de su vida una novela tan extraordinaria y moderna como «El hereje».
Con la madera se construyen retablos, barcos, flechas, casas, muebles y ataúdes. Y también buena literatura porque no hay nada mejor que una mesa de roble para escribir. Sobre todo, si se sabe como Delibes, qué decir y cómo decirlo.
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