TIempo recobrado
Islas del Atlántico
Los faros me siguen pareciendo lugares donde sobreviven los fantasmas del pasado
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Iniciar sesiónCuando volvíamos anteayer de la isla de Ons al puerto de Baiona en medio de una espesa niebla, guiados por el radar del barco y sin visibilidad alguna, se escuchaba un sordo zumbido intermitente que provenía de un faro de la costa. Era como un ... mensaje del más allá. La atmósfera se iba oscureciendo mientras el mar de fondo bamboleaba la nave. Sólo el vuelo de las gaviotas anticipaba la cercanía del litoral.
Las aguas de las Rías Bajas son muy traicioneras, por lo que hay que extremar la precaución al bordear los acantilados. Muy cerca de Baiona, se halla el impresionante faro del cabo Silleiro, situado en un elevado promontorio. Todavía se conservan las baterías de una fortificación abandonada. A muy poca distancia, pasa el Camino de Santiago que viene de Portugal, sin apenas peregrinos este verano.
Los faros siempre han atraído a los filósofos, tal vez por hallarse en parajes solitarios y remotos que incitan a la reflexión y la lectura. Recuerdo que hace tiempo leí que un farero de Formentera escribía libros de filosofía. Pero el caso más conocido es el de Nicolás Grimaldi, catedrático de Metafísica de la Sorbona, que compró y rehabilitó uno cerca de San Juan de Luz. Allí pasó varias décadas leyendo a Kant y a Hegel. Siempre me ha dado mucha envidia.
La mayoría de los faros están hoy deshabitados y alguno ha salido a la venta. Incluso se han construido pequeños hoteles para quienes buscan la tranquilidad en un entorno marítimo. Pero a mí me siguen pareciendo lugares donde sobreviven los fantasmas del pasado y las almas de quienes se ahogaron por sus parajes.
En Ons, existe una iglesia que se asemeja a un faro en la que en sus blancas paredes hay una intercesión a San Joaquín para que preserve la vida de los pescadores. La isla fue propiedad durante muchos siglos del arzobispo de Compostela. En la vertiente sur, se halla el llamado Burato do Inferno, una sima que, según la tradición, conduce al infierno. Todavía los habitantes del lugar guardan la memoria de la Santa Compaña que se paseaba por los caminos en las frías noches de invierno.
Muy cerca de allí, en la isla de Sálvora, se encuentra el mayor faro de la zona. Tiene un gran torre, flanqueada por dos edificios adyacentes, con una vista impresionante de la ría de Arosa. Y, entre las rocas, hay tallada la estatua de una sirena que desafía a las aguas. Dice la leyenda que representa a una de las antiguas familias de la isla. Allí naufragó hace un siglo un buque correo que había salido de Vigo. Murieron más de 200 personas que emigraban a América a pesar de que las mujeres de los pescadores se echaron al mar en medio de una espantosa tormenta para salvar la vida de algunos desdichados. Hoy las únicas gentes que visitan Sálvora son unos pocos turistas y las gaviotas.
Más al sur, cerca del saliente del Morrazo, se hallan las islas Cíes, un parque natural con la que ha sido considerada la mejor playa de Europa por sus transparentes aguas y su fina arena: Rodas. La única pega es que el agua está helada. En el lado que da al océano, altos farallones de roca, muy ricos en pesca, dibujan un paisaje de otro mundo. Uno se siente sobrecogido ante la grandeza inhuma de estos muros de piedra granítica que resisten al furor del oleaje. También aquí hay un escarpado faro desde el que se goza de un impresionante panorama.
A estos parajes arribaron los celtas hace más de dos milenios y quedan todavía abundantes restos de aquella primitivos pobladores que elegían los promontorios de la costa para construir sus viviendas y proteger el ganado. Sus costumbres y su forma de vivir han pervivido en estas islas cuya inaccesibilidad ha preservado su pureza.
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