tiempo recobrado

Ejercicio de sofistas

Desde el nacimiento de las democracias parlamentarias, la palabra ha sido el centro de la cultura política

No deja de ser una paradoja que fuese Platón quien afirmara la superioridad del lenguaje oral sobre el escrito. En boca de Sócrates, el filósofo asegura que la escritura debilita la memoria y tiene un poder persuasivo inferior a la palabra.

Los libros son desde ... la invención de la imprenta una fuente de transmisión de conocimiento, pero el lenguaje oral sigue siendo la herramienta básica de la política. Por eso, los medios de comunicación dan tanta importancia a lo que dicen los dirigentes de los partidos.

La política, y esto es una singularidad en la sociedad de las tecnologías de la información, se basa en la palabra. Los políticos se dirigen directamente al ciudadano con su voz para formular sus promesas y sus proyectos, aunque ya no lo hacen presencialmente sino a través de la televisión y la radio.

Desde el nacimiento de las democracias parlamentarias, la palabra ha sido el centro de la cultura política. Y, por ello, las dotes oratorias son un requisito esencial para conseguir apoyo popular. El principal activo de un líder ha sido la capacidad de persuasión.

En su ‘Retórica’, Aristóteles llamaba ‘pathos’ a la habilidad del orador para conectar con las emociones de la audiencia. Hoy asociamos esa cualidad al concepto de empatía. En cambio, se refería al ‘logos’ como la coherencia interna del discurso. Y establecía una tercera categoría: el ‘ethos’, identificado como la credibilidad y la autoridad del hablante.

Pues bien, los líderes políticos basan hoy su discurso en el ‘pathos’. Siempre preocupados por conectar con los sentimientos, olvidan los otros dos aspectos. Ni importa la lógica de las palabras ni la autoridad de quien habla. Lo esencial es sintonizar con los deseos de los electores, generando simpatía y adhesión al mensaje.

Esto lo hemos visto crudamente en los últimos meses en el debate político en nuestro país con decenas de ejemplos de manipulación del lenguaje y de vaciamiento de la palabra. Al escuchar esas intervenciones nos damos cuenta de la proliferación de tópicos, vaciedades y ambigüedades que acaban por no significar nada.

Sólo voy a poner un ejemplo: las explicaciones del Gobierno en torno a la destitución de la directora del CNI, un modelo de doble lenguaje en el sentido orwelliano. Hemos escuchado decir a la ministra de Defensa que no iba a haber ningún cambio tras el relevo de Paz Esteban, para afirmar en la frase siguiente que se iba a producir una gran transformación del organismo. He aquí una muestra de hasta dónde puede llegar el retorcimiento de las palabras.

Si todo significa nada, si es igual una cosa que su contraria, si las promesas se desvanecen al día siguiente, el lenguaje se convierte en algo totalmente irrelevante y banal. Y esa degradación afecta a la política, convertida hoy en un ejercicio de sofistas.

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