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Tribuna Abierta

La canonización de Charles de Foucauld

El mundo le llevó a Dios y Dios al hermano: esta fue su parábola vital

Tuaregs del Sahara saluda al Papa Benedicto XVI en la ceremonia de beatificación de Charles de Foucauld en la Basílica de San Pedro en el Vaticano el domingo 13 de noviembre de 2005 AP Photo/L'Osservatore Romano

Pablo d’Ors

Muchos sabíamos que Charles de Foucauld era un auténtico santo y, todavía más, que su vida y mensaje son claves para la historia del espíritu cristiano y religioso en general, pero nos alegra que haya sido canonizado por el Papa Francisco el pasado 15 de mayo : una bonita ocasión para reflexionar sobre su legado.

Foucauld nace en 1854, época en que florecieron muchas congregaciones. Todas las ínfulas fundacionales de este aristócrata francés, sin embargo, quedaron sin fruto. Muere en 1916 por un tiro disparado por un muchacho asustado, ni siquiera fue martirial. Murió solo, en silencio, en el desierto, ignorado. Muy emblemático.

Su conversión advino viendo la devoción y fe de los musulmanes, así como gracias a una mujer (su prima, Maria Bondy) y a un libro (‘Elevaciones’, de Bossuet). La fe religiosa nace cuando nuestra parte femenina acoge, gesta y alumbra la realidad.

Tras este acontecimiento, que partió su vida en dos, en sus días sólo hubo desierto. Foucauld no tuvo ninguna experiencia mística más. Sobrevivió por pura fe.

Para comprender su figura, seleccionaría estos tres momentos. Uno: cuando, preso de una pasión exploradora, se disfraza de judío y, durante todo un año, recorre Marruecos de incógnito, cartografiando el país y arriesgando la vida. Dos: cuando se hace criado de las clarisas, en Nazaret. ¿No es subvertir el orden establecido que un sacerdote, normalmente asistido por las religiosas, sea quien las asista a ellas? Foucauld va a Tierra Santa para esconderse en un agujero. ¿Es que no da igual un agujero en África o en Europa? No. Y tres: cuando acomete, ya al término de sus días, un diccionario francés-tamacheq. ¿Hay amor más grande a un extranjero que aprender su lengua, siendo la lengua, como decía Pessoa, nuestra verdadera patria?

En estos tres hechos está la entera evolución espiritual de este hombre. Uno: la pasión por el mundo, por conocerlo, por contribuir a la ciencia y al progreso. Dos: la pasión por Dios, por el servicio y el olvido de sí mismo. Y tres: la pasión por el otro, por su palabra, por la cultura. Mundo, Dios y prójimo. El mundo le llevó a Dios y Dios al hermano: ésta fue su parábola vital.

Paradoja es quizá la palabra que mejor lo explica todo. La paradoja entre búsqueda y fidelidad; pero su búsqueda no era infidelidad a lo que había vivido antes, sino una fidelidad más profunda. Paradoja también entre vida misionera y vida cotidiana. Porque Foucauld combinó maravillosa y atribuladamente el arquetipo del misionero y el del ermitaño. Se fue lejos de su tierra... para vivir lo cotidiano, lo que llamaba el carisma de Nazaret. Hemos de irnos muy lejos para apreciar el valor de lo pequeño, para entregarnos a lo ordinario.

Como amigo del desierto que soy, me siento uno de los hijos que Foucauld no pudo ver. Por eso le rezo: Querido Charles, enséñanos a morir y a renacer como tú y como Jesús, tu Bienamado.

Pablo d’Ors es sacerdote y escritor

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