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El odio vive en Alsasua

La Guardia Civil seguirá allí, honrando su divisa. Si alguien se rinde, no será el Cuerpo

Isabel San Sebastián

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Odio y cobardía comparten residencia en Alsasua con miedo . Esas tres enfermedades del alma, a cual más envilecedora, son vecinas en una localidad navarra que no siempre fue así. Yo la conocí antes de que entrara en contacto con el veneno nacionalista y era una villa merecedora de llamarse «ilustre», donde la gente se mostraba cordial y hospitalaria con cualquiera. Ahora es uno de los nidos escogidos por la serpiente para incubar a su progenie dañina. Un núcleo de exclusión xenófoba que levanta barreras entre «los de aquí» y «los de fuera». Un municipio sujeto al imperio del terror impuesto por los acólitos del separatismo vasco, empecinados en privar a la comunidad foral de su personalidad histórica para integrarla en esa Euskadi inventada por Sabino Arana que necesita desesperadamente el territorio navarro con el fin de alcanzar un mínimo de masa crítica.

Nuestro compañero Luis Pedro Arechederra está haciendo una cobertura excepcional del juicio que se sigue en la Audiencia Nacional contra ocho individuos jóvenes, presuntamente pertenecientes a «la generación mejor educada de la historia de España», acusados de delitos terroristas por atentar brutalmente contra dos agentes de la Guardia Civil y sus parejas. Unos hechos acaecidos en octubre de 2016, cuyo relato pormenorizado pone los pelos de punta. Leer el testimonio del teniente atacado y de su valerosa pareja equivale a bucear en las profundidades de un pantano de aguas fecales. Penetrar en la descripción de cómo fueron identificados, acorralados, golpeados y esperados a la salida del local por la turba ávida de sangre es adentrarse en un universo de odio, ira, cobardía, saña y barbarie propio de tiempos de terror que persisten, por mucho voluntarismo que pongan nuestros políticos en decir que ETA ha sido derrotada. No es verdad. La bestia vive, se reproduce y encuentra apoyo en todas las personas de mal que el domingo pasado se manifestaron en Pamplona en apoyo de estos malnacidos, alentadas por el gobierno foral rehén o cómplice de EHBildu. La señora Uxue Barkos me aclarará el sustantivo.

Ese teniente de la Benemérita, su compañero sargento y las dos chicas que los acompañaban recibieron una paliza salvaje porque sus verdugos estaban intoxicados. No de alcohol ni de drogas, sino de odio. De una inquina patológica mamada en casa, en la escuela y quién sabe si en la iglesia también. De un rencor impropio de quien ha nacido en democracia y vivido en plena libertad en una de las regiones más ricas y mejor financiadas de Europa. Las víctimas eran cuatro: dos hombres y dos mujeres desarmados. Sus linchadores, al menos ocho, aunque todo indica que bastantes más, todavía no identificados. ¡Qué valentía! ¡Cuánta dignidad! La misma que mostraban los pistoleros disparando por la espalda o detonando coches bomba a distancia. Una actuación a la altura de los «valores» que defienden: tribalismo, supremacía etnicista, rechazo visceral del forastero, regreso a la berza y a la vaca, como solía decir mi añorado Vidal de Nicolás, fundador del Foro de Ermua hoy liquidado por eso que llaman «proceso de paz» junto al resto del entramado civil levantado con enorme esfuerzo y coraje para hacer frente a la violencia.

Los propietarios del bar donde sucedieron los hechos no vieron nada, ni oyeron, ni quisieron saber, siguiendo las reglas de la «omertá» vigentes en toda sociedad atenazada por una mafia. El miedo es libre e impera. Pero la Guardia Civil seguirá allí, mientras no se le ordene otra cosa, honrando en cada actuación su divisa. Si alguien se rinde, no será el Cuerpo.

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