¿Por qué no os calláis?
Hay gente dispuesta a cometer los más abominables delitos con tal de dar la paliza al prójimo. Seres petardos que pierden el pudor con tal de dar cuenta y no parar en el interminable monólogo de su vanidad.
Y en ninguna parte del mundo, esta ... peligrosa especie de la humanidad ha ido tan lejos como en Iberoamérica, donde el pelmazo de raza se ha convertido en caudillo carismático, aferrado al poder para dar al querido pueblo sus insoportables monólogos, sus petardas actuaciones de histrión de mala muerte que gobierna sin crítica ni interrupciones.
Debería estudiarse cómo la vanidad del monologuista incontinente genera una irreprimible pulsión en pos del poder absoluto para que nadie constate que no es más que un charlatán sin talento.
Tiene esta raza de atorrantes a uno de sus más ilustres precursores en Perón: con lo que se entiende la aversión de Borges a un peronismo tan prevaricador del discurso. Campeón de la raza es Fidel Castro, tirano sin rival del monólogo insoportable.
Cuentan que el comandante quiso hacer carrera en Hollywood. Pero, como debía de parecerle escaso el diálogo que le daban, prefirió conquistar el poder absoluto para dar el latazo sin tasa ni medida.
Y príncipe entre los coñazo caudillos contemporáneos es Hugo Chávez, capaz de cerrar todas las cadenas de televisión de la competencia para que nadie se distraiga de sus atorrantes telemaratones, predicador del bolivarismo como coartada para dar rienda suelta a un verbo cantinflanesco, que mataría de risa a la audiencia si no estuviera investido por el ringorrango del Estado, y que anda dando ahora el latazo de la tremenda guerra que se avecina si sus vecinos colombianos no renuncian a combatir el narcotráfico y se dejan de pendejadas y se centran en lo que de verdad importa: que es reírle las gracias de su apalizante monólogo.
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