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No son bultos

Late algo triste en el suicidio asistido del profesor Goodall

Luis Ventoso

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El jueves, el profesor australiano de origen inglés David Goodall, de 104 años, abrió la ruedecilla del gotero que desembocaba en una aguja clavada en su brazo menudo. Dio paso así al cóctel de anestesia y barbitúricos que acabó en nada con su frágil existencia. ... Ocurrió en Basilea, Suiza, donde es legal la eutanasia incluso para personas sin enfermedades terminales. Se mató en una habitación de las oficinas de la asociación Life Cycle, que ayuda a suicidarse a quien lo desea. Goodall padecía mermas de vista y oído y una movilidad reducida, que lo había relegado a una silla de ruedas; pero conservaba su notable inteligencia y su plena lucidez. En sus últimos segundos escuchó la «Novena» de Beethoven y hasta se arrancó a cantar en perfecto alemán con el coro de la «Oda a la alegría». Lo acompañaban una de sus hijas y tres nietos. ¿Alegría? En una era en que la subcultura pro muerte gana espacio y adeptos, su historia ha sido celebrada como un triunfo admirable. Pero si nos sinceramos, deja bastante desasosiego.

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