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EDITORIAL

El nacionalismo como germen de la discordia

Donald Trump junto a Macron en su visita a Francia Reuters

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No pudo encontrar ayer Emmanuel Macron mejor argumento para celebrar en París el centenario del Armisticio que puso fin a la Gran Guerra que la denuncia del nacionalismo que desencadenó aquella tragedia, el mayor fracaso de la civilización occidental hasta el estallido de una Segunda ... Guerra Mundial que, solo dos décadas después, fue su inevitable secuela. El colapso de los imperialismos tuvo un precio muy elevado. Millones de muertos quedaron en los campos de batalla europeos como señal y advertencia contra el nacionalismo. «El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo. El nacionalismo lo traiciona», aseguró bajo el Arco de Triunfo el presidente francés, que no ahorró gestos patrióticos en una celebración teñida con los colores de la bandera gala y cargada de épica y simbolismo republicanos, abierta con los sones de La Marsellesa y cerrada con el «Bolero» de Ravel, combatiente de la contienda. Sin embargo, nada tiene que ver, como bien dijo Macron, el patriotismo con el nacionalismo, expresión pervertida de un sentimiento noble que algunos se empeñan en manipular para fabricar enemigos donde no los hay y descargar en el exterior la responsabilidad de cualquier crisis de naturaleza doméstica. Como hace un siglo.

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