Algo trae el Potomac
Memorándum confidencial a Sánchez
Nuestra función, presidente, no es tratar de rescatar a prófugos que querían prolongar ilegalmente el régimen de Evo Morales
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Iniciar sesiónPerdóname, presidente, por la libertad que me tomo como asesor, pero la deriva de nuestra política exterior en América Latina me alarma. Hubo un tiempo en que España era admirada. Desde Suárez hasta Rajoy (excepto Rodríguez Zapatero) hubo una orientación común: democracia liberal, intercambios globales - ... lo mismo económicos que culturales-, métodos institucionales para solucionar problemas. Eso hacía que Felipe González pudiera distanciarse del antiimperialismo de Alan García en los 80, o que Aznar, a pesar de las inversiones españolas, se alejara del dictador Fujimori a finales de los 90.
El fiasco rocambolesco que hemos protagonizado en la Embajada mexicana en La Paz culmina un descenso de nuestra política exterior de la cima a la sima. Nos perciben las izquierdas más infantiles como uno de los suyos y los otros, como un país que, en lugar de atraer a América Latina al primer mundo, se latinoamericaniza. Esto es extraño, pues en el contexto europeo, presidente, te ven conducirte de otra manera. Aquí te ven autocomplaciente cuando alternas con gobernantes de centro-derecha, como quien acaba de acceder al ministerio sacerdotal luego de hacer méritos en el seminario. Pero basta que gires la mirada al charco atlántico para que perciban que te despojas de la corbata y te enfundas la guayabera tropical y actúas como los iglesias, los monederos, los gentilis, que llevan años predicando el «buensalvajismo» latinoamericano desde España. Por cierto, te recomiendo un libro, «El tercermundismo» (1986), del extinto Carlos Rangel, que explica esa variante del pensamiento marxista que justifica el fracaso de las predicciones de Marx y exalta el subdesarrollo como seña de identidad.
Nuestra función, presidente, no es inmiscuirnos en la pequeñez latinoamericana, tratar de rescatar a prófugos que querían prolongar ilegalmente el régimen de Evo Morales para que durara, en el mejor de los casos, más de la mitad de lo que duró Franco, y, en el peor, lo mismo, pues el susodicho invocaba un «derecho humano» a ser reelecto indefinidamente. No nos corresponde remedar al Grupo de Puebla con el que los «bochincheros», como dicen allí, quieren reemplazar al Foro de Sao Paulo que rimó con corrupción, hiperinflación, migraciones masivas y refugiados aterrorizados, ni conspirar con López Obrador o con Alberto Fernández para ayudarlos a contentar a sus trogloditas con políticas exteriores revolucionarias que limpian conciencias (la de López Obrador por haberse vuelto el policía migratorio de Trump; la de Fernández por cuchichear con el Fondo Monetario Internacional a espaldas de los argentinos). No, la función de España y de un presidente socialdemócrata es conducirse allí «au-dessus de la mêlée», promoviendo la justicia social dentro del Estado de Derecho, la globalización y el marco civilizado, sobre todo ahora que, como hemos visto en Chile, el éxito de algunos países ha desatado entre las clases medias una impaciencia que hace salivar a los tercermundistas.
Cordialmente.
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