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El mayor fracaso de ETA

DE Bruselas a Jaén, pasando por Madrid, Sevilla y Córdoba. Y si hubiera sido necesario, habría atravesado medio mundo para recibir el premio Voces Contra el Terrorismo de manos de mi sobrino, Alberto Jiménez-Becerril, quien con sus recién estrenados dieciocho años me dio una sorpresa que casi me deja sin voz para agradecer un galardón que distingue precisamente a los que se hacen oír en contra de los terroristas y sus cómplices.

Y en esa clara noche andaluza, con los olivos aún en mi retina, rodeada de quienes más han sufrido, pero no de aquéllos que más odian, miré a mi sobrino, que con su enorme sonrisa nos iluminaba a todos y quien, a pesar de quedarse huérfano de padre y madre a la edad de siete años, por la crueldad de pocos y la cobardía de muchos, brillaba con luz propia en esa noche de dolor y alegría. Y entonces, cogí el micrófono y dije, señalando a Alberto:

-«He aquí el mejor ejemplo del fracaso de ETA. Te miro Alberto y veo un muchacho noble, feliz, que ama la vida y la vive sin odio, que espera lo mejor del futuro y que, a pesar de todo lo que ve, sigue creyendo en España. Espero, Alberto, que los españoles no te defrauden. Yo no te defraudaré, porque voy a luchar, esté donde esté, por defender los valores por los que murieron tus padres».

Y en esa intensa noche española, donde nuestra bandera tuvo un papel principal y donde el himno de España se escuchó con tanto sentimento que dudé de estar en mi patria, allí, mirando a Rosa Alcaraz, que perdió a sus hijas y a su hermano en el cuartel de Zaragoza; a Toñi, que vio morir a su hija de seis años en Santa Pola, a María Jesús, que casi muere ella y su hija Irene en un atentado en Madrid; a Pilar Elías, que tiene que convivir con quienes asesinaron a su marido; a Pilar, que se crió sin su padre Máximo, allí, en ese salón jiennense donde el honor, el valor y la patria significaban tanto, pronuncié el final de mi discurso, y nunca las palabras «Libertad, Justicia, Memoria y Dignidad» fueron tan auténticas.

Al terminar esa sentida y hermosa noche, en medio de sinceros abrazos, de risas, de fuerza, de coraje y de amor, me convencí de lo que ya sabía: que son las víctimas, con su valentía y su amor a España, el mayor fracaso de ETA y, en consecuencia, el mayor triunfo de la democracia.

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