Maternidad
Como una madre no hay na, que diría Juanito Valderrama. Que sean monstruos siempre perturba

Los animalistas dicen que sacamos a hacer pipí a los perros cuando tenemos ganas nosotros, no cuando la tienen ellos. Usted perdone. La presidenta de Infancia Libre, elementa en tratos con Podemos, sacaba a su hijo todavía menos que a un perro. De esa mujer ... que tenía secuestrado a su hijo mayor, de 11 años, sin escolarizar y con dificultades para hablar (y tenía que memorizar la Biblia), es de lo que papá Estado nos tiene que proteger. A nosotros y, sobre todo, a sus hijos. La pequeña, de 6 años, olisqueaba a los policías. Pero todavía hay que agradecer que no hayan muerto igual que los niños de Godella. Como Juanito Valderrama, soy de las que piensan que como una madre no hay na (el padre es más prescindible). Por eso, que la madre sea un monstruo, en este caso a la manera de una de esas chifladas y fanáticas religiosas americanas, siempre me perturba.
Son antinaturales desde la madre de Tony Soprano a la de Bobby Fischer. La odiaba (el anticomunismo de Fischer era también reacción al comunismo activo de su madre, vigilada permanentemente por el FBI). Le molestaba con razón. La tía se presentó en la partida con Spaski en Reikiavik con una peluca rubia (su hijo le había prohibido acercarse a él). Uno no puede odiar a su madre y pretender no llamar la atención. En el imaginario del ser humano corriente sólo es peor acostarse con ella o matarla. Paul Johnson recuerda en Intelectuales lo que Hemingway odiaba a la suya. John Dos Passos decía de Hemingway que era el único hombre que había conocido que realmente odiaba a su madre. La escritora Claire Goll escribe en A la caza del viento que de la suya no aprendió más que el odio, el disimulo, el deseo de venganza y el vergonzoso placer de disfrutar bajo el látigo. «¿Por qué tendría que querer al ser perverso que fue mi madre? ¿Por el mero hecho de haber salido de su vientre?». Claudette Colbert estaba segura de que la explicación de que los nietos y los abuelos se lleven tan bien es que tienen el mismo enemigo: mamá.
A los niños les pasan cosas terribles en los cuentos. Y ahí no importa. Nos gusta que sufran. Que sufra todo el mundo. Los hermanos Grimm publicaron sus Cuentos para la infancia y el hogar en 1812. Estaban Hansel y Gretel, Caperucita roja, La bella durmiente, Pulgarcito y también Del enebro, un original con una historia tremenda de maltrato, infanticidio y canibalismo (la editorial Jekyll & Jill tiene una edición preciosa ilustrada por Alejandra Acosta). Una mujer no consigue quedarse embarazada, se pincha un dedo debajo de un enebro y muere al dar a luz a un niño blanco como la nieve y colorado como la sangre. Es enterrada bajo el enebro. El marido se casa con otra mujer y tiene una niña. La madrastra odia al niño. Un día lo decapita con la tapa de un arcón lleno de manzanas (y hace creer a su hija que ha sido ella). Lo cocina y se lo da de comer estofado al marido, que lo disfruta mucho. Del niño que se están zampando le explica que se ha ido con unos familiares. La hija recoge los huesos que el padre va dejando debajo de la mesa y los entierra en una bolsa bajo el enebro. Luego el niño se convierte en pájaro. Canta «Mi madre me mató, mi padre me comió, y mi buena hermanita mis huesecitos guardó y al pie del enebro los enterró. Kivit, kivit». Todo muy bonito. Literatura. Nuestras historias reales de niños secuestrados gracias a asesoras, niños que mueren a golpes o que tienen que aprenderse la Biblia son muy cutres. ¿Cursos para curar la homosexualidad? Tendría que haber cursos para curar la maternidad.
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