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Editorial ABC

Hay más que el Brexit en juego

La multitud de británicos que ayer salieron a la calle con sus banderas europeas en decenas de manifestaciones deberían ser escuchados porque representan la salvación de su país

ABC

Un primer ministro que no ha sido legitimado por las urnas ha utilizado una argucia paralegal para anular a un parlamento electo, con el pretexto de que tiene que llevar a cabo un mandato democrático, derivado de un referéndum que tuvo lugar hace más de tres años y que arrojó el resultado de un empate virtual. Uno de los lemas de los partidarios del Brexit fue precisamente la defensa del mito de la democracia británica frente a la «dictadura» de los «burócratas de Bruselas», pero viendo a un personaje de las características de Boris Johnson dirigiendo ese país a empellones, cabe pensar que el sistema político británico ha entrado en un proceso de autodestrucción y hace agua por muchos flancos. Nadie habría esperado ver decenas de manifestaciones multitudinarias de protesta contra los modos expeditivos del primer ministro en un país que presumía de ser la patria de la democracia parlamentaria.

Aunque a los actuales dirigentes británicos se les ha nublado la vista desde hace mucho tiempo a causa de sus propias intoxicaciones propagandísticas, conviene recordar que anular al parlamento es propio de las dictaduras y no de las democracias. Hacerlo además para dar más peso a una maniobra tan aparatosa, en una negociación sobre un asunto del que depende el futuro de varias generaciones, es indecente.

Quedan exactamente dos meses para que se produzca su desconexión de la UE. Salvo un milagro de última hora, en las actuales circunstancias una nueva prórroga es altamente improbable. Como muchos responsables europeos han explicado debería ser «por una buena razón», es decir, porque se fuera a organizar un nuevo referéndum u otras elecciones en las que los ciudadanos pudieran dirimir indirectamente el asunto central de la pertenencia a la UE. Para seguir asistiendo a este agónico proceso de degeneración de la política británica puede que ya no sea razonable pensar en una nueva prolongación, ni siquiera para evitar el temido Brexit desordenado. De todos modos, el debate ya no está entre el Reino Unido y Europa, sino en el seno mismo de la vida política e institucional británica, quebrada por completo a causa de las tribulaciones en el Partido Conservador, que hace tiempo que sucumbió a los cantos de sirena del populismo y a la miopía -igualmente inexplicable- del liderazgo de la oposición laborista.

Es lamentable que este proceso haya arrastrado a los millones de británicos de buena voluntad que se sienten europeos y que quisieran seguir en la UE, a los que apenas les quedan unas horas para intentar evitar la catástrofe. Los que ayer salieron a la calle con miles de banderas europeas deberían ser escuchados porque representan la salvación de su país.

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