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Marlene, caricia y latigazo

ESCULPIR la carne. Esa fue la tarea, inverosímil y cruel, que se propuso Josef von Sternberg cuando descubrió a la joven Marlene Dietrich, durante las pruebas de selección de reparto que precedieron al rodaje de «El ángel azul». Von Sternberg ya había logrado, para entonces, ... encumbrar el cine a las cúspides de la máxima expresividad estética, en títulos como «Los muelles de Nueva York»; cuando entrelazó sus días con los de Marlene Dietrich no aspiraba meramente a procurar otras películas más o menos memorables a la posteridad, sino que codiciaba convertirse en un nuevo Pigmalión. La misión del arte, en la mayoría de las ocasiones, no es otra que reproducir pálidamente la vida; contra esta misión vicaria se rebelaba Von Sternberg, que pretendía suplantar el temblor originario de la vida misma, sometiéndolo al dictado de su fantasía mórbida y barroca. Marlene Dietrich fue la víctima y el premio de tanta arrogancia.

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