Cambio de guardia
Manuel Alcántara: la España que debió ser
Fue un poeta de luz cegadora: un hijo ya tardío y desterrado de la generación del 27
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Iniciar sesiónUna tarjeta emerge, imprevista, en la pantalla del ordenador, sobre la cual andaba yo perdido en historias del siglo XVI que a nadie ya interesan. Salvo a mí: pero es que yo estoy loco, como casi todos saben. Una tarjeta en la pantalla suele ser ... señal segura de algo malo: sólo las malas noticias son noticia. Su mensaje es escueto: Manuel Alcántara ha muerto. Y no hacen falta más explicaciones. Para aquellos que amaron la escritura en la España de los últimos tres cuartos de siglo, nada queda que añadir: Manuel Alcántara, malagueño y poeta, y, en tanto que poeta, escritor incansable de columnas que a las de ningún columnista se parecían; poemas en prosa de factura exquisita, que no hablaban del mundo, lo creaban, en ese acto soberbio que define la operación cabalística a la cual llamamos poesía.
Me he levantado de la mesa, he mandado a la papelera del ordenador la gris morralla a la cual di vueltas unas horas antes, en torno a una realidad política que sólo me repugna. Y a la cual rindo oficio a la manera en que rinde el oncólogo su poco o mucho saber al oficio de dar vueltas pesarosas a un cáncer. No toca hoy hablar de eso. Frente a mí, los mismos dos volúmenes con la obra completa de Luis Cernuda que Alcántara mantenía, siempre al alcance de la mano, junto a su escritorio.
Hace ahora poco más de un año, Fernando Palmero entrevistaba a Alcántara en su refugio del Rincón de la Victoria. Y allí Alcántara evocaba un pesar generacional, al cual él hubo de contraponer su pertinacia de poeta: «Desgraciadamente, a mí me han privado de mucha gente, de los que hubieran debido ser mis maestros inmediatos y mis amigos y a los que no nos dejaron descubrir hasta muy tarde. Y no lo digo como reproche a un tiempo: yo nunca he sido un disidente, soy agnóstico también en política… Pero, por mi edad, tenía derecho a haberlos conocido a todos: a los hermanos Machado, a Luis Cernuda… Ten en cuenta que mi primer libro, en el año catapún, Manera de silencio, cuando no se podía hablar de Cernuda, incluye una cita de él. Y, al día siguiente de morir, el mío fue el único artículo que salió en la prensa española».
Luis Cernuda (1933): «Donde habite el olvido,/ en los vastos jardines sin aurora;/ donde yo sólo sea/ memoria de una piedra sepultada entre ortigas/ sobre la cual el viento escapa a sus insomnios».
Manuel Alcántara (1955): «Lo mejor del recuerdo es el olvido…/ Málaga naufragaba y emergía…/ Manuel, junto a la mar, desentendido; yo era un niño jugando a la alegría».
Olvidamos, a veces, que Luis Cernuda fue un articulista maravilloso. Además del quizá más grande poeta en español del siglo veinte. No olvidemos que no sólo Manuel Alcántara fue, con mucho, el más refinado columnista de la prensa española del último medio siglo. Que fue también un poeta de luz cegadora: un hijo ya tardío y desterrado de la generación del 27.
«Soy eco de algo», escribía Luis Cernuda, desde el amargo exilio en cuya paradoja eligió morir, como en una última consagración poética. Manuel Alcántara, desde el exilio interior del hombre que solo consigo monologar, replicaba ese eco. Porque tan sólo al eco, tan tenue, de las viejas palabras que perdimos llamamos poesía: «Unas pocas palabras me mantienen:/ duda, esperanza, amor… Siempre me pierdo…/ Amor, duda, esperanza… Siempre vienen…/ La ilusión, si la he visto, no me acuerdo. Lo mejor del recuerdo es el olvido».
Lo mejor del poeta -Cernuda, Alcántara…- es su silencio. «Ser hombre es ir andando hacia el olvido».
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