Vidas ejemplares
Sin «compromiso» no hay premio
Revelador que el escritor español de más ventas no obtuviese aquí ningún gran galardón
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Iniciar sesiónEn arte y literatura existe un paradigma esnob que distingue entre alta y baja cultura, dando por buena la primera y arqueando las cejas con desdén ante la segunda. Muchos profesionales del comisariado cultural, expertos en escribir prefacios ininteligibles para obras que a nadie interesan, ... desdeñan lo popular, que carecería del «aparataje teórico» que debe sustentar toda «obra culta». Gilipolleces. No había dramaturgo más comercial en la época isabelina que Shakespeare, que encandilaba por igual a la Reina y al pueblo. El vulgo abarrotaba los teatros londinenses para lagrimear con sus dramones, jalear los espadazos truculentos y carcajearse con sus comedias. Popular es «Centauros del desierto», obra maestra del cine, y también el magisterio de Hitchcock, y «Rocco y sus hermanos», las epopeyas gansteriles de Scorsese, o Spielberg y Berlanga. Populares al máximo fueron Haendel, Haydn, Verdi, Sinatra y The Beatles. Populares eran Jane Austen, Tolstoi, Dickens, Galdós, Balzac... ¿Quién establece que Lobo Antunes, intragable, es más elevado que John Le Carré?
Carlos Ruiz Zafón se ha muerto en Los Ángeles de un cáncer a los 55 años. Era el novelista español actual de más ventas. Solo «La sombra del viento», su cenit, despachó quince millones de libros en 35 idiomas. Aquella recreación entre gótica y novecentista de su Barcelona soñada interesó a seres humanos de toda condición. Pero Zafón se ha ido sin recibir un solo premio oficial en España. A nadie se le habría pasado por la cabeza distinguirlo con el Princesa de Asturias, o el Cervantes. Qué horror, ¡un autor de best sellers! Mejor alguna lírica ignota y políticamente correcta. ¿Comercial? Pues sí. Como Dumas, Victor Hugo o Lewis Carroll. Pero además le faltaba el toque mágico que abre las puertas: el «compromiso progresista». El propio Zafón, aunque era un tímido que se protegía con una coraza hermética de prudencia, lo dejaba caer: «La sociedad literaria estadounidense no está tan politizada y condicionada por intereses sectarios como la española».
Clase media barcelonesa, hijo de un agente de seguros y un ama de casa, alumno de los jesuitas. Comenzó Periodismo y lo dejó para ganarse la vida en la publicidad, que plantó por la literatura. Triunfó a la séptima (¡y cómo!). Lo primero que hizo fue pasar de asfixias identitarias y largarse a Estados Unidos, tierra de anónima libertad. Se escaqueaba para no juzgar al nacionalismo que ha envenenado su tierra, pero a buen entendedor: «El dogma, la intransigencia y ese narcisismo moral de querer sentirnos superiores y diferentes a nuestros congéneres es uno de los peores aspectos de la naturaleza humana y fuente de nuestros mayores fracasos», declaró a Sergi Doria en ABC.
Coleccionaba dragones y vivía en su mundo. Hizo felices a millones y abrió nuevas puertas comerciales a la novela española. Pero aquí somos tan listos que el último Cervantes se lo hemos regalado a un poeta antiespañol perfectamente minoritario. Tal vez Zafón era demasiado libre y profesional para este pozo de envidias, rencores políticos y riñas de pobres en que se está convirtiendo este país.
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