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Vidas ejemplares

Me encantan las Olimpiadas

Pero igual habría que prohibirlas; su elogio del esfuerzo no es progresista

Luis Ventoso

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El fútbol, el repetitivo duopolio Madrid-Barça con alguna cuña de Simeone, me aburre bastante. Pero en cambio me fascinan las Olimpiadas (sé que ahora hay que llamarlas ‘los Juegos’, pero prefiero la palabra del patrimonio sentimental de mi infancia). Por edad todavía hice la ... mili. Completada la fase de aprender a seudodesfilar y disparar, acabé en una oficina de un cuartel. Aquel año se disputó Seúl 88, los juegos del récord inhumano de Ben Johnson, descalificado porque iba puesto hasta la calva (como muchos de sus rivales, según se supo más tarde). Fue el verano del nadador Biondi y sus cinco oros, de la llamativa Florence Griffith, alias Flo-Jo, con sus larguísimas uñas, sus brochazos de maquillaje y sus plusmarcas vertiginosas. Dado que muchas citas estelares caían a horas intempestivas, algunos sorchos nos levantábamos de madrugada de los catres de la compañía y nos colábamos a ver la competición en la tele del desierto despacho del comandante. Pero un día -ay-, concluida ya la prueba que queríamos ver, nos quedamos dormidos en su alfombra. Imaginen el careto de nuestro úrsido comandante cuando llegó a currar y encontró a su tropa sopas en su despacho…

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